sábado, 28 de diciembre de 2013

De la vida a bordo (I)

De la vida a bordo (I)


La habilitación es el conjunto de espacios de un barco donde viven los tripulantes, su mobiliario, camarotes, división por mamparos, aseos, etcétera. Desde los tiempos en que yo navegué hasta el día de hoy, no ha podido cambiar más el aspecto interior y comodidades de un barco. A quienes empezamos a navegar en los años cincuenta y muy especialmente en Compañías como Ybarra, Aznar, los “candrays” del carbón de Asturias y, en general, los barcos de cabotaje, nos parece que la modernización en este apartado ha sido casi sideral.



En mi primer barco, el “Cabo Menor” de Ybarra construído como ya he dicho, en 1906, mi camarote como Agregado estaba en Popa y era un espacio minúsculo, situado en la parte del pantoque (parte curva de la popa) en el que tenía la cama (mejor sería decir catre) a la altura del pecho. Tenía que subirme a una tubería que corría debajo para poder acceder a ella; no tenía más que un lavabo pequeño, un armario reducido y una especie de balda para libros. Sentado en la cama tenía que tener cuidado para no dar con la cabeza en el techo y a la altura de unos centímetros, sobre el colchón, estaba el portillo, siempre cerrado, que tenía la particularidad de que, durante los malos tiempos y al meter la Popa en el agua con el cabeceo, salía un respetable chorro que mojaba la cama, por lo que en estos casos tenía que apartar el colchón si no quería acabar “bañado” de agua salada. Por supuesto, para ponerme una chaqueta o un abrigo, tenía que abrir la puerta porque de otra forma no podía extender un brazo.



Para mayor inconveniente, este camarote daba a una vetusta Cámara que no se usaba más que en puerto y vecino a ella, había una especie de cuarto-frigorífico, convenientemente revestido de aislamiento, en el que se colocaba una pirámide de barras de hielo –embarcadas cada cierto tiempo- y en la que se ponía la carne, el pescado, alguna bebida, etcétera. Quiere esto decir que no existía una Cámara frigorífica como tal y, como es lógico, sólo se abria tres o cuatro veces al día para sacar lo que se fuera a consumir. Esto unido a que otro espacio, adyacente al descrito, se dedicaba a almacenar frutas, verduras, etcétera, producía por toda esa parte de Popa un olor característico a rancio que lo impregnaba todo y hacía que el ambiente no fuera precisamente agradable.


Junto a estos detalles recuerdo especialmente el hecho de que en aquellos barcos no se hacía pan diariamente sino que se compraba una cantidad grande para el viaje. Si éste duraba siete días –como era el caso si se hacía directo de Bilbao a Barcelona, por ejemplo- se iba metiendo el pan en el horno día tras día hasta que ya, a la llegada a puerto, se compraba fresco. Excuso decir cómo sabía un pan recalentado al séptimo día. Junto a esto, no olvido la costumbre de aquellos barcos de que al llamarte para la guardia –a las cuatro de la mañana- el Camarero te despertaba con un café con leche (condensada) y cuatro galletas María, pero cuatro ¿eh? no cinco. El tal café era de lo que llamábamos “de efecto instántaneo”… evacuatorio.

El aseo también tenía su detalle: en algunos la taza del excusado estaba situada en alto –como un trono, y de ahí el nombre que se le daba a veces- lo que no impedía que, en caso de cabeceo, hubiera que estar atento a levantarse para que el reflujo del agua no te mojara. En otros barcos de este tipo, el aseo consistía en un espacio rectangular con la taza al fondo, teniendo que pasar sobre el espacio destinado a la ducha y se puede imaginar cómo estaban los enjaretados bajo la ducha de sucios (venías del muelle o de la cubierta) y si pensabas utilizarla, tenías que agenciarte un plástico para ponerlo debajo y no salir con los pies peor que cuando entrabas.

En este aspecto de la habilitación, cuando pasé a la flota de Pereda fue como ir de la diligencia con caballos al tren expreso. Los camarotes, los aseos, las Cámaras de Oficiales, todo era ¿cómo decirlo? más digno. No sólo el aire acondicionado, el mobiliario, la amplitud, la situación de los camarotes en las toldillas, los servicios de aseo, etcétera, sino el nivel de todo lo que constituía el entorno en que trabajabas. Esto sin contar con el hecho hecho de que, en muchos de estos barcos, si ocupabas plaza de Primer Oficial, disponías de dormitorio (a veces con cama de matrimonio), aseo y despacho.

Aparte de estos detalles, en los barcos de la costa de Ybarra nunca se dispuso de una máquina de escribir, ni de calculadora (con aquellas Nóminas que eran como sábanas y que había que copiar a punta afilada de lápiz de copia), con sumas interminables y mil conceptos por tripulante. Y estamos hablando de una tripulación que era, por término medio, de unos cincuenta hombres y que en esas Nóminas había que poner nombres completos, fecha y lugar de nacimiento, domicilio, categoría, sueldo base, sobordo, sobordillo, horas extras, pluses familiares, subsidios. Y en los descuentos no constaba sólo el total de retenciones por la Seguridad Social sino que ésta se subdividía en siete apartados (enfermedad, paro, invalidez, accidentes, etcétera). E insisto: sin una mala calculadora, todo a punta de lápiz bien afilado. Un compañero mío, estando de Segundo Oficial y por tanto encargado de las nóminas, tenía un ábaco de su propiedad (de los empleados por los chinos) y lo manejaba con rapidez.

martes, 17 de diciembre de 2013

Del personal embarcado

Del personal embarcado

Ya he contado algo del típico ambiente que se respiraba en los barcos de Ybarra, la sacrosanta rutina, el hacer todo “como siempre se hiso”, llevando a extremos ridículos incluso la forma de realizar la estiba de la carga en las bodegas y otros mil detalles. Pero creo que pocas cosas lo demuestran como lo que me pasó en cierta ocasión: estando en Cádiz y paseando por la calle me encontré a un amigo y compañero de promoción. Llegamos a los muelles y nos encontramos con que estaba allí atracado el “Cabo San Vicente”, trasatlántico de Ybarra, gemelo del “Cabo San Roque”, en el que yo había navegado anteriormente.. Mi amigo preguntó que si podríamos visitarlo y así lo hicimos, dado que yo conocía a muchos de la tripulación. Le enseñé todo lo que le interesaba y para terminar me dijo que le gustaría ver el Puente y el Cuarto de Derrota. Subimos a la cubierta correspondiente y por los pasillos interiores, llegamos a la Derrota y cuando fui a abrir la puerta me encontré con que estaba cerrada. Mi amigo comentó que era mala suerte y que lo dejáramos… pero lo pensé y le dije “En el “Cabo San Roque” la llave de la Derrota la poníamos siempre detrás del Extintor nº123. Vamos a mirar allí” y, efectivamente, allí estaba la llave: como los barcos eran gemelos, si en el primer caso se había colocado en tal extintor, había que seguir la tradición y hacer tres cuartos de lo mismo.





Hay cierto detalle que debo señalar, por la sorpresa que supuso para mí al empezar a navegar en Ybarra: el ambiente en las Cámaras. Siendo vascos una gran mayoría de la Oficialidad, se palpaba entre ellos cierto velado menosprecio hacia quienes no eran del País Vasco. Incluso para decir que Fulano o Mengano eran vascos oí a veces expresarlo como “… es de nuestra parte…”. Debido a que la Inspección de la Flota estaba en Bilbao y todos los Inspectores eran de allí –de Plencia, Portugalete, Gorliz, etcétera- era raro que los Capitanes no fueran de estos mismos sitios. En varias ocasiones presencié en el “Cabo Menor” momentos de tensión en la mesa cuando algún Oficial hacía comentarios despreciativos hacia uno recién llegado si era, por ejemplo, de Soria o en general de tierra adentro y en más de una ocasión tenía que intervenir el Capitán para cortar la situación. Y digo que fue una sorpresa para mí porque hasta ese momento yo estaba encariñado con Bilbao y sus gentes; tenía –y tengo- muchos y buenos amigos allí y me encantaba la ciudad que, al ser puerto base, acogía nuestras estancias más largas. De ahí se pasó a oir alguna vez en la Flota de Pereda que alguien, sí, era vasco “… pero no ejerce…”.

Tras efectuar algunos viajes interinando de Capitán –Granelero “Mendoza” y B/F “Río Nansa”- fui destinado a prestar servicios de tierra durante la reconstrucción del B/F “El Puntal” en los Astilleros de Astano, en El Ferrol y, a su terminación, embarqué en el mismo como Primer Oficial. El tiempo que pasé allí no fue precisamente de “rosas” y referiré algunos detalles sobre el arte de algunos Capitanes para dotar de un ambiente irrespirable un barco.

Estuve embarcado unos tres meses de Primer Oficial en este barco, cuyo Capitán reunía todas las condiciones para ser inaguantable: enfermo del estómago, resentido, desconfiado y que no perdía ocasión de ver en las cabezas de los demás, peldaños para subir haciendo méritos a base de informar mal de cualquier persona, incluso Consignatarios, agentes, personal de tierra, etcétera. Para no faltar a la costumbre, él había sido, a su vez, un Oficial conflictivo para sus Capitanes, como he comprobado curiosamente en varias ocasiones. Como es lógico no daré nombres, pero sí que fue una experiencia penosa. Por ejemplo, en la mesa y durante las comidas, había un verdadero pugilato entre los Oficiales por comer en un turno distinto en el que lo hacía el Capitán: éste aprovechaba la ocasión para recriminar al Jefe de Máquinas o a algún otro de los presentes detalles sobre supuestas faltas en el trabajo, lo que hacía incluso en presencia de las mujeres de los demás Oficiales y en algunos casos, de la mujer del recriminado. Recuerdo en particular que en cierta ocasión y estando mi mujer a bordo, asistiendo a una de aquellas comidas, no pude aguantar más y me levanté de la mesa con ella. En la mar era frecuente que dicho Capitán aprovechara aquellos momentos para comentarios pornográficos de mal gusto, groseros siempre, que a nadie hacían maldita la gracia. Y, sin necesidad de especificarlos, recuerdo que los marinos tienen cierta fama de malhablados, pero aquellas groserías traspasaban todos los límites.

Sucedía a veces que, estando en puerto y una vez acabado el trabajo, varios Oficiales nos poníamos de acuerdo para salir a tierra y empezábamos a cambiarnos para ello, pero si aparecía el Capitán y nos preguntaba si salíamos porque él también lo haría con nosotros, empezábamos todos a decir que, en realidad muchas ganas no teníamos y que casi era mejor quedarse a bordo. Lógicamente, el interesado se daba perfecta cuenta y se ponía furioso, por lo que entonces alguno se “sacrificaba” y aceptaba salir a tierra en tan “grata” (¿?) compañía.

Otro detalle curioso referente a este mismo Capitán: pocos años después de lo narrado anteriormente, quiso la casualidad que yo tomara el mando de un barco que el “infrascrito” había mandado antes. Como es habitual, entre la documentación reservada que se archiva en el escritorio o en la caja de caudales, figuran las cartas –confidenciales- intercambiadas entre Empresa y Capitán junto con las calificaciones de todos los Oficiales que se enviaban anualmente. Pues bien, las cartas que este Capitán mandaba a la Inspección de la Naviera estaban plagadas de informes que criticaban a todo bicho viviente, especialmente Consignatarios, Prácticos, etcétera, que invariablemente, perjudicaban a la Naviera, actuando contra sus intereses y remarcando en todos los casos que gracias a la labor del firmante se había conseguido arreglar los problemas, sin obviar a veces una ”valerosa” (¿?) actuación personal del tipo de “…mandé arriar el chinchorro de a bordo para comprobar personalmennte…”

Quizás no esté de más señalar un detalle de este Capitán del que fui testigo y que explicaba muchas cosas: como ya he dicho, se trataba de un hombre con dolor de estómago y siempre sufriendo del malestar habitual de este tipo de enfermos. Por cierto que él era un acérrimo defensor de la Sanidad Pública –presumía de ideología socialista- y nos sermoneaba sobre lo bien que funcionaba en Inglaterra con el Gobierno Laborista, por lo que durante una estancia en Londres, encontrándose peor, pidió al Consignatario que dispusiera lo necesario para una visita médica. Para ello nos comunicaron –yo le acompañaría- que un coche nos llevaría al Hospital Naval de Greenwich, que era lo prescrito para atender a las tripulaciones de los barcos que se encontraran en el puerto, y allá fuimos. Este detalle ya de entrada no le gustó nada, pero le dijeron que no había otra solución. Primero nos recibió un Médico negro, que apenas dejó hablar al enfermo, poniéndole un termómetro en la boca, de allí pasamos a un indio que le hizo unas placas, después creo que a un pakistaní… y, cuando todo terminó –sin que lo viera un médico blanco- aún no le habían dado ocasión para que dijera qué le dolía o dónde tenía el malestar. A la salida se pasaba por una ventanilla –la Farmacia- y allí le entregaban un frasco de píldoras en el que únicamente constaba el nombre del enfermo y la dosis a tomar, sin poner siquiera el nombre del medicamento. Nuestro hombre se puso furioso, diciendo que ese no era un trato decente. Por ello, en la siguiente escala, que era Tenerife, avisó al Consignatario para que le arreglara una visita a la Clínica del Dr. Zerolo, en aquel tiempo una de las mejores de Canarias y allí, con “trato especial” se vengó (¿?) de lo que consideraba una experiencia indignante que había tenido por parte de la Sanidad Inglesa, en su opinión, “demasiado igualatoria”. Está visto que a la hora de que te atiendan, sobran ideologías.

Con tal ambiente, no fue nada extraño que al finalizar la primera temporada, de 32 tripulantes que éramos, unos diecisiete se desembarcaran con diversos motivos (enfermedad, necesidades familiares, etcétera)… siendo yo, Primer Oficial entonces, uno de los que lo hizo. Esto produjo el natural revuelo en la Inspección de la Empresa que llamó “a capítulo” al Capitán… quizá porque en mi caso se trataba del más antiguo en el escalafón de Primeros Oficiales y contando ya con dos periodos de mando interinando, pero él se defendió contestando que ninguno de los desembarcados valía nada, que eran (éramos) vagos redomados, etcétera. Este mismo Capitán ya había tenido problemas similares en otros barcos y, por lo que a mí respecta, respiré tranquilo cuando abandoné aquel ambiente.

Pero vayamos a recuerdos de algunos tipos curiosos de lo que se podían encontrar en los barcos en aquellos tiempos.

Durante la época que permanecí a bordo del “Cabo San Roque” acababan de salir las llamadas “Tablas Rápidas” de Navegación (Arana, Fernández de la Puente, etcétera) y un Agregado del barco, al resolver su cálculo después de la meridiana, estaba utilizando una de estas Tablas. Al observarlo el Capitán –vasco él- le preguntó qué estaba haciendo y el chaval, todo orgulloso, contestó que eran las nuevas Tablas, que ahorraban todos los logaritmos, funciones circulares, etcétera. Explicó a grandes rasgos su manejo y ventajas al Capitán y éste le dijo literalmente “¡Déjate de mariconadas y haslo como todo el mundo, recoño!”

Algo que oí contar en más de un barco y que me aseguraban era cierto, se refería a un Capitán que al llegar a un nuevo mando se encontró con que en el Puente disponían de radar, un adelanto que él no había manejado nunca. Preguntó a los Oficiales si ellos lo utilizaban y al saber que era así, encargó al Segundo que le enseñara. El susodicho le estuvo explicando durante algún tiempo las características y manejo hasta que el “Viejo” supo ya todo lo necesario. Cuando terminaron las “clases”, le agradeció al Oficial su labor y a continuación cogió la llave y cerró el aparato, diciéndole “Bueno, ya está, el radar sólo lo puede utilizar el Capitán… así que listo ¿no?...” Dicen las malas lenguas que todavía le dura el asombro al interfecto…

Antes, especialmente al hablar del ambiente en Ybarra, ya he referido que en aquellos años, el Capitán era como un semidiós al que apenas se le podía interpelar. Esto era completamente distinto en Pereda, sin que por ello perdiera el mando su natural autoridad: el ambiente era distinto y en este aspecto me ocurrió una cosa que creo merece la pena referir: estando de Capitán en los Frigoríficos tuve un Agregado que venía de hacer la primera parte de sus prácticas en la Trasmediterránea, en los correos de Algeciras-Ceuta. Me comentaba que estaba contento en nuestra Empresa por el ambiente, el trato, etcétera. Y que en aquellos correos, la separación del Capitán y los Oficiales era tan grande que un día, al terminar una maniobra de atraque –creo que hacían varias al día- observó que habían tardado el mismo número de horas y minutos que en la anterior, lo que rara vez ocurría. Se lo comunicó, como curiosidad, al Capitán y la contestación de éste fue “Cuando se dirija a mí, que sea para cosas importantes…”. (¡¡!!)

En la mar hay de todo, como en botica, y un espécimen que a veces he encontrado es el que algunos conocen como “Capitán Miserias”, gente que cree hacer méritos ante el Armador ahorrando en tonterías y en el caso que voy a narrar es aún más absurdo por tratarse de un barco de Pereda, donde era bien sabido que se disponía de todo y nunca se negaba nada de lo que fuera necesario. Sucedió que en el barco del tal Capitán, estando en Estados Unidos y en una maniobra, se le rompieron las gafas a un marinero, al faltar un cabo. Ni corto ni perezoso, el Capitán comunicó a la Empresa lo que había pasado y pedía instrucciones sobre qué hacer. La carta en que respondía el Armador no tenía desperdicio: le decían que al llegar a puerto requiriera del Consignatario la dirección de una Optica de confianza, se acompañara al Marinero hasta ella, se le encargaran dos pares de gafas… etcétera. Y terminaba con algo así “Comprenderá Vd. que si tenemos que resolver problemas de semejante índole a nuestros Capitanes en asuntos tan elementales, no podríamos atender otras preocupaciones más importantes…”.

Este mismo Capitán, al que la Empresa le encargó que comprara en Estados Unidos gran cantidad de papel para termocopias (lo que se usaba entonces), y que no abundaba en España o era muy caro, estuvo en varios puertos americanos y después de hacer escala en varios de ellos avisó a la Empresa que no lo había comprado porque le había  parecido muy caro… cuando costaba la mitad que en España. Había que imaginar a los Inspectores jurando en arameo…

Gracias a Dios, esto había sido la excepción y como ya he descrito hablando de los barcos de Pereda, el ambiente era generalmente agradable, las conversaciones en la Cámara animadas, tratando con frecuencia de temas culturales, noticias oídas por radio, libros que cualquiera estaba leyendo, siendo normal que cuando algunos mantenían una discusión amistosa sobre un tema, los demás acabáramos pidiendo consultar el “despanzaburros” que era como llamábamos a las Enciclopedias. Este ambiente era particularmente agradable en el naufragado petrolero “Bonifaz” en el que se respiraba una atmósfera de armonía como no he conocido en otros barcos, dándose además la circunstancia de que su Capitán era especialmente exigente y riguroso con el trabajo, pero como cada uno sabía lo que tenía que hacer, todo era más llevadero.

Citaré ahora algo que creo reseñable por ser la única vez que lo vi en un barco. En el ya citado “Bonifaz” y en uno de los frontales del Puente, figuraba un cuadrito con una inscripción un tanto grandilocuente que más parecía de la postguerra y rezaba así:

“Siempre fue y continúa siendo/ el Puente de Mando de un Buque/ severa escuela del deber y del sacrificio/ de donde irradian nobles y altos ejemplos/ tanto más raros en estos tiempos/ de torpes egoísmos y bajas rebeldías”

No sé quién inspiró esta leyenda ni quién ordenó colocarlo allí. Lo que sí se es que, al ocurrir el naufragio, el Capitán, D.José Amézaga, el Oficial Radio D.Daniel Gómez y el Timonel D.Gabriel Torrente (quien quiso quedarse con el Capitán) empezaron a nadar cuando el agua les llegaba al pecho y en la Máquina, el Jefe, D.Jaime Díaz, murió por las quemaduras sufridas al dedicarse a buscar a todo su personal, recorriendo pasillos y camarotes y bajando a la Máquina para comprobar que no quedaba nadie allí. Todas estas personas cumplieron con ejemplaridad aquellas frases del cuadro y dieron una muestra de lo que es asumir un deber. Quede como contrapunto de algún Capitán Schettino, del “Costa Concordia”, que avergüenza a propios y extraños.

En relación con este cuadrito del Puente del “Bonifaz”, pude presenciar algo que me impresionó: en una de las travesías del Canal de Suez y cuando la inmensa mayoría de los Prácticos eran de diversas nacionalidades –había entonces contados Prácticos egipcios- podían tocarte italianos, rusos, yugoslavos, españoles (había creo que tres o cuatro y con muy buena fama de competentes) y en una ocasión nos correspondió un Práctico polaco. Pues bien: en las muchas horas que se invertían en la travesía, el polaco tuvo tiempo sobrado de fijarse en la leyenda del citado cuadro y se dedicó a intentar traducir su contenido… ¡a través del parecido del español con el latín!. Y en verdad que lo consiguió. Desde luego estos eslavos tienen una facilidad innata para los idiomas y lo he comprobado en muchos de mis viajes y especialmente en Yugoslavia, en la época de Tito (cuando el país era uno solo) con los billetes de banco en cuatro idiomas, cada uno en una esquina y con el detalle de que no recuerdo si uno o incluso dos, estaban en caracteres cirílicos.

Esta facilidad de los eslavos para los idiomas en general siempre me resultó increíble y tuve ocasión de comprobar hasta qué punto podía llegar, cuando en el puerto de Abidjan (Costa de Marfil) y una vez pasada la acostumbrada visita de Autoridades, llegó el representante de las Pesquerías que iban a cargar el barco. Era un hombre alto, delgado, ya mayor, con exquisita cortesía y se presentó hablando en un castellano perfecto, hasta el punto de decirle yo “¡Hombre, un español por aquí!”. Pero él me rectificó sonriendo “Capitán, no soy español, sino croata, de Trieste”. Y entonces me explicó las circunstancias de su vida: como Trieste, cuando él se escolarizó, era parte del Imperio Austro-Húngaro, tuvo que estudiar en alemán, siendo como él era, de familia croata; al terminar la I Guerra Mundial fue ocupado por Italia y tuvo que proseguir sus estudios en italiano. Al empezar su carrera de Ingeniero, se trasladó a Zagreb y allí estudió en croata: al terminar la II Guerra Mundial, Trieste fue ocupado por una Comisión Internacional, predominantemente inglesa; aprendió inglés. Se interesó por la posibilidad de negocios en Sudamérica y aprendió español y, finalmente, al trasladarse a lo que era el Africa Francesa, aprendió francés y trabajaba en Costa de Marfil, cuyo idioma básico era el francés. En resumen: que cuando la Embajada Alemana celebraba la Semana de Cultura del Instituto Goethe, disfrutaba de sus conferencias y lo mismo hacía cuando la Alianza Francesa celebraba la suya, o las Embajadas de Inglaterra, España o Italia hacían lo mismo. Creo que pocas personas en la vida me han dado más sana envidia.

Algo típico de aquellos tiempos era el hecho de que bastantes Capitanes apenas hablaban nada de inglés, por lo que con los Prácticos especialmente se daban casos de errores. rápidamente corregidos por los Oficiales jóvenes que, aunque distábamos mucho de dominar la lengua, sí podíamos hacernos entender y resolver la urgencia del momento. Pero recuerdo un Capitán, en particular, negado para los idiomas que llegó a decirle a un Práctico del Canal de Suez esta frase con mezcla de francés e inglés: “…Pilot, non possible equivocation, anchorage ici…” que quedó como un lema de permanente cachondeo.

Igualmente recuerdo las bromas que se gastaban a los Agregados de nuevo embarque: en los primeros días, en la mesa, comentábamos todos que había que ver lo cara que había resultado la factura de la luz de ese mes… produciendo en el novato el natural susto; o aquel otro de que había que dejar los zapatos en la puerta del camarote para que los Camareros los limpiaran o el Segundo Oficial que, en plena comida en la Cámara, se ponía a hacer visajes con la mano como para cazar una mosca y una vez que parecía haberla cogido, le preguntaba muy serio al Agregado novato “¿Te gustan con alas o sin ellas?...” y así cien ocurrencias, pero eso sí, siempre leves.

Entre los Capitanes que se podían encontrar en los barcos en aquellos años cincuenta, siempre recordaré a uno de Ybarra, bermeano para más señas, que mandaba uno de los pocos barcos que Ybarra destinaba a lo que se conocía como “gran cabotaje”, con viajes a puertos del norte de Europa, Marruecos, Francia, etcétera, y que, curiosamente, no hablaba ni palabra de inglés, por lo que parecía poco apropiado para este tipo de viajes. Pero lo increíble era que este hombre, en su juventud y cuando se preparaba para ingresar en la Escuela de Náutica, lo envió su padre dos años a un puerto del Sur de Inglaterra a que aprendiera el idioma. Al cabo de ese tiempo regresó… sin hablar inglés... pero sí vascuence. ¿Qué había pasado? Que nuestro hombre había coincidido en ese puerto con una gran colonia de marinos vascos y no se había preocupado de más.

Este mismo Capitán quiso explicarme un día la antigüedad del pueblo vasco y me dijo esto: “Es tan antiguo que en la Casa de Juntas de Guernica se conservan documentos de antes de Cristo, pero escritos como ahora, que ya lo dicen…”

Entre los personajes curiosos, recuerdo en especial a un famoso Timonel del “Bonifaz” al que apodábamos “El Guerri”, al que además de cogerle en renuncio muchas veces al preguntarle el rumbo que llevaba al timón, siempre contestaba “¡A rumbito!”… cuando en realidad se había distraído y llevaba diez o veinte grados desviado. En cierta ocasión, estando el barco cargando en Ras Tanura (Arabia Saudí), con las habituales prohibiciones de estos casos que insistían en que no se podía fumar más que en los sitios previamente señalados (generalmente las Cámaras de Oficiales y la de Subalternos), teníamos además que contar con que Inspectores de Seguridad saudíes recorrían regularmente el barco para vigilar el cumplimiento de las normas. Pero a nuestro simpático “Guerri”, olvidando el rigor de su cumplimiento, no se le ocurrió más que, al salir de su camarote, encender un pitillo… con tan mala fortuna que al ir a desembocar en el pasillo vio a lo lejos a los Inspectores saudíes y antes de que lo descubrieran ¡zas! hizo –no sabemos cómo- un movimiento con labios y lengua y se metió en la boca el cigarrillo recién encendido.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Relacioines con la Armada (I)

Relaciones con la Armada (I)

Antes de entrar en este "capítulo", quiero aclarar una cosa: en los párrafos siguientes describo la situación tal y como yo la viví en aquellos años cincuenta y sesenta. A día de hoy, el ambiente, las características y las singladuras de nuestros marinos de guerra son muy distintas y, por lo que conozco de muchos de ellos, sé que sería imposible que situaciones como aquellas se repitieran. Sirva esto como aviso por si alguien cree detectar pasados rencores, que serían extraños en quien ha vivido un ambiente militar desde la infancia.

En Octubre de 1959 me incorporé a la “mili” como Marinero en el Cuartel de Instrucción de San Fernando (Cádiz). En aquel entonces, los que tuvieran cualquiera de los dos Títulos (Capitán o Piloto) sólo estaban obligados a hacer seis meses porque se daba por supuesto que no necesitaban instrucción marinera. Después del período de Cuartel, fui destinado al Grupo Anfibio (Lanchas de Desembarco) que tenían su base en los caños de La Carraca. Como destino no era malo y podía ir a casa todas las noche, pues vivía con mi hermano Luis, Ingeniero Naval en Astilleros de Cádiz.



Mucho podría contar de aquellos meses, del ambiente y las particularidades de nuestra Armada, con recuerdos buenos y alguno malo, pero no podré olvidar que con la gracia espontánea de los gaditanos, pude "mondarme" de risa como pocas veces en mi vida. Baste decir que, aunque podía ir a San Fernando en el autobús (el “Comes”) de las seis de la mañana, me levantaba una hora antes para coger el llamado “Tren Obrero de Puerto Real” que salía a las cinco de la mañana, en el que viajaban los obreros de las Factorías de la bahía gaditana y ello solo por una razón: iba riéndome todo el viaje hasta San Fernando con las ocurrencias y buen humor de aquella gente.



Creo que fue en los primeros años sesenta cuando se abrió una convocatoria especial para que los Marinos Mercantes entraran en la Reserva Naval, siendo Ministro de Marina Nieto Antúnez. Según se rumoreó entonces, la medida fue para abrir más el escalafón ya que llegaba un momento en que la endogamia de los apellidos –Cervera, Sánchez-Barcaiztegui, González-Aller, Lazaga, etcétera.- hacía difícil, por ejemplo, asignar destinos poco apetecibles a alguien que podía influir con el familiar correspondiente para evitarlo. Sea lo que fuere, hubo un crecido número de Capitanes y Pilotos que entraron en la Armada y, casi en su totalidad, ocuparon plaza de Oficiales de Derrota al principio de su vida militar.

Que no solo nosotros, los marinos mercantes, éramos objeto de ese trato “especial”, pudo verse en la forma en que lo eran integrantes de otras carreras al cumplir el Servicio Militar, por ejemplo. Así recuerdo muy bien cómo mi hermano mayor, Ingeniero Naval como ya he dicho, sirvió en la primera promoción de la Milicia Naval Universitaria durante tres veranos. Esa Promoción estaba compuesta, creo que en su totalidad, por estudiantes de Ingeniera Naval y de Marina Mercante. Por lo que él mismo me contaba, comprendo que en aquel entonces tenían sobrada razón para indignares con muchas de las cosas que veían o sufrían y no se hable de manía antimilitar porque se trataba en este caso de hijo y nieto de militares por las dos ramas. Para mayor “inri” varios de los integrantes de aquella Promoción eran familiares de Jefes de la Armada llegando a darse el caso de que uno de ellos, apellidado Cervera y, por supuesto, miembro de la conocida familia que cuenta quizás con docenas de Jefes y Oficiales en el Escalafón, se encontraba con sus compañeros en el sollado del barco en el que navegaban cuando el Oficial de Guardia se asomó por la lumbrera y gritó “¡Cervera! Suba a cubierta que su tío el Almirante le espera…” y el susodicho, muy serio, contestó “`¡Sí, mi Oficial…pero ¿cuál de ellos?” porque tenía ¡tres tíos Almirantes!... Como colofón a este detalle, puedo contar que durante la “mili” en el Grupo Anfibio, en los Caños de La Carraca (Cádiz) tuve que asistir en formación a la toma de posesión del nuevo Capitán de Navío Jefe del Grupo, Sr.Cervera y Cervera, presidiendo la ceremonia el Jefe de Estado Mayor de la Capitanía General del Departamento, Sr.Cervera, en nombre del Almirante Jefe del Departamento, Sr.Cervera. Por algo se contaba que, en tiempos de la Monarquía, cuando el Rey Alfonso XIII visitaba un barco de guerra decía “¡Vengo a conocer el Cervera de este barco!”.



Durante las escalas en Cartagena del desaparecido “Bonifaz”, me encontraba algunas veces con un Teniente de Navío de la Armada, conocido mío, que en un principio estaba destinado en un destructor y me comentaba que “…tenía mucha vocación porque salían los miércoles a la mar, que le encantaba y estaba deseando que llegara la próxima semana para volver a salir…”. En aquellos tiempos nuestros barcos de guerra apenas navegaban, entre otras cosas porque nuestras carencias económicas, de combustible, etcétera, no lo permitían. Recientemente, leyendo Memorias de Jefes de la Armada, al referirse a esos años se lamentan de que se pasaban a veces tres o cuatro meses atracados a un muelle con apenas media docena de salidas a la mar.



En una ocasión y estando el mencionado destinado en el petrolero de la Armada “Teide” vino a verme a bordo y charlando en mi camarote me enseñó una tarjeta del Ministro de Marina en la que le felicitaba porque en las recientes maniobras de la flota habían estado con su barco dando combustible en la mar a las demás unidades que intervenían y por ello le anunciaba el Ministro que le concedían la Cruz del Mérito Naval. Lo justificaba diciendo que estuvieron toda la noche petroleando y que esto “…había trascendido…”. Estaba conmigo el Segundo Oficial que era un irónico de marca y al oir esto le preguntó con aire inocente “¿Es que dabais el combustible a buchitos?”.



Por cierto que en otra ocasión este mismo Teniente de Navío me llevó a su barco, el ya citado “Teide”, con base en Cartagena, para enseñármelo. Hay que señalar que los viajes que tenía que hacer –en aquella época- eran normalmente y como muy lejos a Sevilla. Me presentó a un Alférez de Navío de la Reserva Naval (se había abierto hacía poco para los Oficiales Mercantes, como dije anteriormente) y cuando ya estábamos en el Puente me dijo “No creas, ellos montan guardia como nosotros…pero, claro, cuando eso pasa uno de nosotros está en la Derrota…”. Dejando aparte la falta de delicadeza de decirme esto, preferí callarme en ese momento y no aclararle que esos “mercantones” tenían más días de mar que todos ellos juntos y que seguramente sabían más que ellos en todo lo que respecta a una guardia de Puente; recordar que esos días yo, navegando en Petroleros, apenas estaba en tierra 24 o 48 horas cada mes o cada dos meses. Precisamente poco después de lo que acabo de narrar, hablando con mi padre, militar, que intentaba convencerme para que entrara en la Reserva Naval porque así estaría más con la familia, vería más a mis hijos, etcétera, no pude evitar contarle lo que había visto en el “Teide” y decirle que si me encontraba en una situación parecida y me colocaban de “vigilante” a un oficial así, al día siguiente me juzgaban en Consejo de Guerra porque hubiera tenido una reacción, digamos, poco acorde con el espíritu militar.

Relaciones con la Armada (II)

Relaciones con la Armada (II)

Del desconocimiento mutuo entre ambas Marinas en aquella época fue buen ejemplo un detalle, humorístico si se quiere, que me ocurrió al preparar los exámenes de Capitán: estuve un tiempo dando clase con cierto Capitán de Navío, antiguo Profesor de Navegación de la Escuela Naval Militar, uno de los hombres más capacitados que he conocido, magnífico navegante y docente nato además de un perfecto caballero. Era tal su afición que nos dio las clases mencionadas a otro compañero y a mí “gratis et amore”, y eso que nos reuníamos en el Madrid del mes de Julio y a las tres y media de la tarde, cuando se caían las moscas del calor que hacía. Pues bien, al hacer ejercicios de Compensación de la Aguja Magnética me dijo “Mire Azofra, lo mejor que puede hacer usted navegando para compensar la aguja, es aprovechar el paso por el Ecuador Magnético, sacar todos los imanes del mueble de la Bitácora y…” a lo que le tuve que decir “Si navegando de Oficial hago eso, el Capitán me cuelga del palo trinquete…”, ¡A buenas horas le iba yo a cambiar los imanes de sitio a cualquier Capitán de los que conozco!...A él le hizo gracia también y admitió que pocos Capitanes permitirían hacer algo así.



Por cierto que este mismo Capitán de Navío fue destinado años después a la Subsecretaría de la Marina Mercante, creo que en la Dirección de Enseñanzas Náuticas y al encontrarnos nuevamente con motivo de una botadura en Astilleros de Santander me comentó la idea que pretendía proponer para el examen de Capitanes y que me pareció de lo más acertada: un solo ejercicio en el que se consideraba al examinando como Capitán de un barco español que se encontraba en un puerto extranjero, por ejemplo de Australia; tenía que tomar determinado cargamento y se le presentaba la póliza de fletamento con las condiciones (Derecho Marítimo e inglés, puesto que en este idioma esta la póliza); tenía que estibar una carga de grano en forma determinada para evitar corrimientos (Estiba y Mecánica del Buque); realizar la maniobra de salida con mal tiempo (Maniobras); recibir e interpretar un “Aviso a los Navegantes” en inglés con el tiempo que se esperaba (Meteorología): determinar la derrota ortodrómica y el rumbo al puerto de destino (Navegación); recepción y contestación de telegramas de Armador y Autoridades, lógicamente en inglés; atender a un tripulante accidentado durante la travesía (Higiene Naval); situación por radiodemoras y observaciones de estrellas (Navegación); temporal en la mar con echazón de parte de la carga y correspondiente Protesta de Mar(Derecho Marítimo)… y así los varios avatares que podrían presentarse durante la navegación. Algunos dirán que puede ser complicado pero me inclino a creer que hubiera sido mucho más práctico que aquellos interminables cálculos que nos ponían en nuestros exámenes con observaciones de “astro desconocido” … que resultaba ser la Luna o el clásico del barco que se pasaba todo el tiempo dando vueltas por el meridiano de 180 grados (cambio de fecha) y al que llamábamos entonces “el del Capitán que perdió la pipa”.


En este apartado de los exámenes, y por la relación que tiene con los altos cargos de la Subsecretaría de la Marina Mercante, no quisiera pasar por alto un detalle que ocurrió en la primera convocatoria a que me presenté para los exámenes de Capitán en Enero de 1965. En el día señalado para el examen de Mecánica del Buque, cuando ya habíamos ocupado nuestros sitios, se nos anunció, por sorpresa, que se iba a poner un examen sobre Cargamento de Granos, que no iba a tenerse en cuenta para el resultado del examen y que su único objeto era determinar nuestra preparación para resolver un caso de este tipo de cargamento. Así mismo, que se esperaba la llegada del Subsecretario de la Marina Mercante –un Contralmirante- que quería hablarnos. Mientras, se nos repartió un libro recientemente editado por la Subsecretaría pero aún no publicado, en el que se contenía la forma de abordar este tipo de cargamentos y un problema sobre el tema con diferentes apartados y con una especie de clave del tipo de “Para resolver esto, vaya a la página tal” y así en varias preguntas.

Llegado el Subsecretario empezó por expresar que quería aprovechar la ocasión de tener en Madrid a tantos Pilotos aspirantes al título de Capitán para tener “un cambio de impresiones” sobre el tema en concreto de los cargamentos de grano –hacía casi un año que se había producido la pérdida del “Castillo de Montjuich” en el Atlántico Norte, sin que se hayan sabido nunca las causas aunque se consideraba posible fuera debido a un corrimiento de su carga de grano- y en general sobre cuantos asuntos se consideraran convenientes a la navegación. Como era de esperar, el referido “cambio de expresiones” consistió en que él dijo cuanto quería decir y nosotros nos limitamos a escuchar y ahí quedó todo. Terminado su discurso –en el que creo que dejó claro que no teníamos ni pajolera idea del tema y que si pasaban todos estos desastres era por culpa nuestra- insistió en que aquel ejercicio que se nos presentaba no contaba en absoluto para la nota del examen y “adiós muy buenas …”

Cuando pudimos enfrentarnos al problema planteado, comprobamos que, tal y como se numeraban las preguntas del problema, para resolver el apartado  cuarto tenía que consultarse, por ejemplo, la página 148 en la que la constante “K”… ¿qué diablos significaba esta constante “K” o el valor de la fórmula tal o…?. Aquella misma noche mis familiares ingenieriles se quedaron asombrados porque me explicaban que un libro técnico o científico no se podía abrir por la mitad, sin que antes uno se enterara de qué iba la cosa.

Era algo tan absurdo que todavía no sé a quien se le ocurrió la genial idea. Con estos cargamentos en los barcos corrientes de aquel entonces, había que preparar “alimentadores”, “arcadas”, etcétera. Sobre esto añadiré que le oí a cierto Ingeniero Naval, Inspector de Buques, que “arcadas” era lo que padecía él cuando tenía que revisar estos cálculos.

Para mi fortuna, nunca tuve que enfrentarme a problemas de este tipo ya que el único mineralero (“bulk-carrier”) en que navegué, el ya citado “Minas Conjuro”, tenía lo que se llamaba “bodegas autoestibantes”, que por su sección octogonal evitaban el corrimiento de la carga.

Sería oportuno incluir aquí alguna experiencia ocurrida a bordo del Trasatlántico “Cabo San Roque”, el cual antes de comenzar sus viajes de línea regular, se empleó para dar un crucero sólo con invitados de la Naviera y personalidades de la vida política y financiera española … (¡Qué tiempos, ¿eh? un crucero de lujo para un grupo “selecto” de personas!) Aquí figuraban casi todos los miembros del Consejo de Administración de Ybarra, con sus familias, y también altos cargos de la Administración del Estado, entre los que se encontraban, como no podía ser menos, los de la Subsecretaría de la Marina Mercante, incluyendo Jefes de algunos negociados (personal de la Armada que, en aquellos tiempos, copaban la práctica totalidad de este organismo) acompañados de sus esposas.

Hasta ahí se podrá decir que, al fin y al cabo, era propio de aquella época. Pero lo que ya no era tan normal es que alguno de aquellos Jefes pedía que se le avisara al estar al través de tal o cual cabo o faro para que subieran al Puente y … ¿comprobar si era correcto?. No lo sé, pero no acababa ahí la cosa: en cierta ocasión, y como todos estos señores tenían la mala costumbre de reunirse en el cuarto de derrota, encima de la carta náutica, para comentar sus “batallitas”, o bien ocupando los alerones del Puente, obstaculizando visiblemente la labor del Oficial de Guardia o del Capitán, éste, el titular del barco, echaba sapos y culebras pero no se atrevía a pedir abiertamente que se quitaran de en medio. Y en un momento de superior enfado nos ordenó a los Agregados especialmente que no permitiéramos que subiera a los alerones del Puente ningún pasajero, para lo cual ya había colocadas unas cadenillas con su cartel prohibiendo el acceso.

Horas después, estando de guardia en el Puente,observé cómo uno de los ya citados Jefes de la Subsecretaría subía la escala de acceso a los alerones y estaba quitando la cadenilla para entrar. Salí rápidamente y, con la mayor corrección posible, le dije que el Capitán había prohibido el acceso. El sonrió –me atrevo a decir que con suficiencia- y me dijo textualmente, mientras seguía quitando la cadenilla: “Claro, es que usted no sabe quien soy yo… soy el Capitán de Navío Fulano de Tal, Jefe de… (y aquí la Dirección General correspondiente) de la Subsecretaría”, así que opté por retirarme y advertir al Oficial de Guardia.

Pero no para aquí la cosa. Como consecuencia de las órdenes recibidas, al día siguiente me fijé que en el extremo del alerón estaba un señor, ya mayor, y salí a comunicarle, con la natural amabilidad, que estaba prohibido permanecer allí; él me pidió disculpas, con toda cortesía, y se marchó. Yo volví al Puente y como estaba el Capitán, le dije que ya no había nadie en el alerón. El se me quedó mirando con cara de susto y me preguntó si se trataba del señor mayor que vestía tal y cual y al contestarle que así era, me gritó “¡Pero si es el Presidente de la Naviera Ybarra! ¿Qué ha hecho usted? Voy a darle excusas ahora mismo…”. Y yo pensé, como tantas otras veces, que cierto señorío no dependía del cargo sino de la persona.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Comunicaciones a bordo y Paraísos comunistas

Comunicaciones a bordo


Otro detalle que hoy parecería extraño en nuestro siglo XXI era lo radicalmente distinto de las comunicaciones en los tiempos que estoy describiendo; había, sí, una telegrafía prácticamente en todos los barcos, utilizando el código Morse, con un Oficial Telegrafista a cargo. Por supuesto, no existían móviles ni Internet ni nada parecido, ni la radio VHF que se incorporó más tarde, a finales de los sesenta, pero que usaba métodos que hacían incómoda su utilización. Aquellas conversaciones con la familia eran casi cómicas. Cuando por fin se conseguía hablar a base de frases, generalmente cortas, y que a cada momento había que decir “cambio” para que el interlocutor contestara o dijera algo, se producían diálogos de este tenor: “Hola ¿cómo estás? Cambio”, “Yo bien ¿y los niños? Cambio”, “Todos bien ¿cuándo llegaréis a tal sitio? Cambio”… con el consiguiente despiste por parte de las familias si se olvidaban del imprescindible “cambio”. 

Al finalizar la conversación se decía "Corto" y otros añadían "Cierro", pero siempre me impresionó un compañero que terminaba la comunicación con esta tacada, toda seguida: "¡Cambio, corto, cierro, arriba y fuera!"



Hay que admitir que al menos en este aspecto se han humanizado mucho las cosas y, aparte de que los periodos en la mar son mucho más cortos, permiten hablar por móviles, Internet y demás tecnologías al uso. Y no hablemos ya de toda la información que aportan los radares de hoy, que permiten ponerse en comunicación con otro barco cercano, y acordar la maniobra a ejecutar por ambas partes.

En el paraíso comunista


Navegando tuve ocasión de visitar al menos dos países del llamado “socialismo real” y fueron Rumanía y Yugoslavia. La primera aún gobernada por Ceaucescu y la segunda por Tito (que integraba a los estados hoy independientes de Serbia, Croacia, Montenegro, Macedonia, Eslovenia y Bosnia). Tanto en esas naciones como por lo que pude conocer en Astilleros de Santander durante los habitualmente largos períodos de reparación de buques chinos, rusos y cubanos, creo que puedo hacer una valoración personal al conocer detalles e interioridades del “sistema”.



El primero de estos países visitados fue Rumanía, el puerto de Constanza en el Mar Negro, en la Navidad de 1968 y esta primera visión no pudo ser más negativa: abandono, suciedad en las calles, carencia de casi todo, propaganda ideológica hasta en la sopa y, por supuesto, un ambiente oficialista en el que los funcionarios del Partido –y no digamos los altos jerarcas- vivían en un nivel distinto del resto de la población. Allí pude conocer y frecuentar las tiendas “especiales” para extranjeros ( … y miembros significados del Partido) que sólo aceptaban divisas.



La razón de este viaje fue tomar una carga de carne congelada. Para ello, un mes de Diciembre tuve que hacer escala en Constanza, en la costa rumana del Mar Negro, y la estancia allí se prolongó casi un mes, comprendiendo las Navidades. Aparte de todos los detalles bien conocidos por quienes hayan navegado a países comunistas, me encontré con que el Gobierno rumano designaba una persona como mediador entre el Capitán y las autoridades, los responsables de la carga, la agencia consignataria (por supuesto, también organismo del Gobierno) y todo lo demás. No era una mala idea ni mucho menos y quien me tocó en suerte, Vian de nombre, era una persona agradable, que hablaba italiano y algo de inglés, y que, por sus expresiones y suaves críticas al sistema, no parecía comunista y que nos ayudó en muchas cosas durante nuestra escala en aquel puerto.



Por ser un viaje inaugural, llevaba instrucciones de nuestra Naviera de agasajar debidamente a las Autoridades y así lo hice, ofreciendo una cena al Ministro de Comercio Exterior de Rumanía y su séquito, que llegaron al costado del barco en sendos Mercedes. Era plena época de Ceaucescu y su temida “Securitate”, pero tengo que admitir que todo transcurrió en el mejor de los ambientes e incluso en los brindis, el “tovarisul” (camarada) Ministro levantó su copa por todo lo que se terció, incluso por nuestro Jefe del Estado. En esa cena pude observar algo que me impactó: el peloteo, de auténtico sonrojo, con que los acompañantes del Ministro trataban a éste. Era bien visible el pánico que se reflejaba en sus caras si él se dirigía a alguno de ellos censurando algo… para minutos después soltar unas carcajadas y decir que todo había sido una broma. Creo que esta actitud tan servil no la había visto antes ni siquiera en nuestra España de Franco, que ahora muchos se empeñan en hacerla análoga a las dictaduras comunistas. Ya sé bien que hoy quizás no sea "políticamente correcto" mencionar detalles así, pero esto es lo que viví y palpé entonces.



Tengo que señalar que en ese viaje venía con nosotros la esposa del Primer Oficial, persona ya de edad como su marido. Pues bien: en aquellos días en Constanza, el mencionado Vian me comentó que, siendo las fechas que eran, echaría mucho de menos a la familia. Lógicamente le contesté que así era, pero ya se sabe que esto forma parte de la vida de un marino, etcétera, etcétera. Continuó él hablando de que si hubiera compañía femenina, sería más llevadero, que a nadie le amarga un dulce… Bromeamos sobre el tema, sin más trascendencia. Pero pocas horas después, Vian llegó a bordo y me dijo muy contento: “Capitán, ya he hablado con Bucarest y envían una mujer para que esté con usted a bordo. Me aseguran que es muy guapa, habla idiomas y no hay ninguna pega… ”. Me alarmé y le dije que parara eso inmediatamente, que no podía ser, que me habría interpretado mal, etcétera. Pero él no lo entendía y sólo cuando le dije que, aparte de otras razones como la de estar casado, la presencia de la esposa del Primer Oficial a bordo no permitía ciertas cosas, se resignó a detener la “operación”. El me argumentaba que si una persona quería compañía femenina nadie tenía que ofenderse, ni era óbice el matrimonio ni la presencia de la esposa de otro tripulante. Cosas veredes…

Posteriormente, como Capitán del B/F “Río Besaya”, visité Bar, en Yugoslavia, muy cerca de la frontera albanesa, un pequeño puerto, un pueblo verdaderamente precioso, de aguas límpidas y muy tranquilo. Allí teníamos que cargar canales de cerdo congelado con destino a Tarragona. Lógicamente, en el Contrato de Fletamento se especificaba la temperatura que debía tener esta carga que creo recordar era 18 grados bajo cero. Pues bien: al empezar la carga y comprobar la temperatura nos dimos cuenta que excedía a lo exigido en los conocimientos de embarque (no tendría ni 12 grados bajo cero), por lo que suspendí la carga y comuniqué que hasta que no tuviera la temperatura debida, no admitiría el embarque. Y allí empezó el lío: durante varios días se multiplicaron los esfuerzos de la Autoridad yugoslava para que facilitase la carga. Desde avisarme que “… su Armador había llamado para que cargase"  hasta “… dice Belgrado que tiene que cargar…” y así mil ocurrencias. Naturalmente, yo contestaba que admitiría la carga…siempre que hicieran constar en los Conocimientos de Embarque la temperatura real. Esto, lógicamente, no lo querían de ninguna manera; sabían que admitirlo equivalía a lo que se conocía como “ensuciar los Conocimientos”, y que hacía problemática, cuando menos, su negociación comercial. Este tira y afloja duró varios días y se desgañitaban porfiando en mil intentos. Como la situación no tenía visos de cambiar, y dado que la costa dálmata es una maravilla, llegó un día en que comuniqué al Consignatario que para el día siguiente necesitaba un coche para recorrer aquellos sitios de tanto renombre como Dubrovnik y Bocas de Kotor lo que hice acompañado del Segundo Oficial. Cuando los cargadores vieron que me lo tomaba con tranquilidad, aceptaron los hechos, y, como en los días transcurridos, la carga había adquirido “casi” la temperatura exigida, cargamos y al final quedamos tan amigos. En sus intentos no entendían que uno no temblara ante la mención del “…dice Belgrado…” que para ellos significaba el dictamen inapelable de la Superioridad.

Estos viajes a países comunistas tenían una “coda” curiosa: al regresar a España había obligación para el Capitán de presentarse al Comandante de Marina del primer puerto, quien debía rellenar un cuestionario para el Ministerio de Asuntos Exteriores en el que se hacían constar todos los aspectos y detalles habidos durante la escala en esos países, límites que hubieran puesto a movimientos o desplazamientos, prohibiciones, etcétera. con el fin de responder en reciprocidad con idénticas medidas a los buques de aquellas banderas, lo que parece lógico. Dicho Cuestionario contenía cosas tales como si se habían producido contactos con Autoridades, temas de conversaciones con este motivo, actitudes en general hacia nosotros, etcétera. Como en mi caso y por orden de la Empresa siempre ofrecí cenas a estas Autoridades, el caudal de estos contactos puede imaginarse que daba para mucho; al rellenar dichos cuestionarios les asombraba que en la práctica totalidad de dichas cenas, mis invitados brindaban por nuestro Jefe del Estado y por España y del tema de las conversaciones… tenía que admitir que versaban más que nada sobre lo estupenda que estaba tal o cual artista y cosas semejantes.

Y muy en la línea de lo habitual en estos países es lo que le ocurrió a otro Capitán de mi Empresa, íntimo amigo y hombre de carácter. Fue con su barco a un puerto del Sur de Rusia –época soviética- y cuando estaban ya atracados al muelle, subieron a bordo las Autoridades, como es de rigor. Después de resolver todo el papeleo, pidieron al Capitán que reuniese a la tripulación en cubierta para que todos estuvieran informados sobre la manera de comportarse en tierra, prohibiciones a tener en cuenta, etcétera. Una intérprete de Intourist –la Agencia Oficial de Turismo Soviética- iba traduciendo todo lo que decía su Jefe y, al final, añadió: “Todos los tripulantes deberán regresar a bordo antes de medianoche excepto el Capitán, que podrá hacerlo a cualquier hora”. Y este amigo, sin cortarse un pelo y con toda tranquilidad, dijo en voz alta y bien claro: “Sí señor, así me gusta, con igualdad siempre…”. Contaba riendo que a la intérprete se le quedó cara de susto, ante la pregunta de su Jefe sobre lo que había comentado el Capitán, sin saber si traducir al pie de la letra lo que acababa de escuchar. Y es que todos somos iguales... pero algunos somos más iguales que otros.