viernes, 3 de enero de 2014

De la vida a bordo (II)

Dela vida a bordo (II)

Lo que hoy más extrañaría es la abundancia de personal de Fonda –Camareros, Cocineros, Marmitones, Ayudantes de Camarero, etcétera- y en casi todos los barcos en que navegué, este grupo se componía de un Mayordomo, un Primer Camarero, un Segundo Camarero, dos ayudantes de Camarero (todo ello para servicio de los Oficiales), un Cocinero, un Ayudante de Cocina y dos Marmitones. El Primer Camarero servía a los Oficiales de Puente, el Segundo a los de Máquinas (las Cámaras de ambos Departamentos eran distintas) y los dos Ayudantes uno para cada uno de los mencionados. Sus obligaciones eran servir las comidas y limpiar y arreglar los Camarotes; la comida la traía desde la Cocina el Ayudante de Camarero y la servía el Primero o el Segundo (según fuera en la Cámara de Puente o la de Máquinas). Porque esto era otra de las cosas de aquellos tiempos: había dos Cámaras de Oficiales, para Puente (con el Capitán) y otra para Máquinas (con el Jefe de Máquinas). Sólo hacia mediados los años sesenta se fueron unificando y había una Cámara única para todos los Oficiales. También es de destacar que en algunos barcos que conocí, comían aparte los integrantes de lo que podíamos llamar Plana Mayor: Capitán, Jefe de Máquinas y Primer Oficial.

También, y esto sólo en los barcos de la costa de Ybarra, el Mayordomo estaba presente en las comidas, en un rincón, para vigilar a su personal o atender a indicaciones del Capitán. Curiosamente, en estos mismos barcos el Mayordomo tenía un cometido especial y era el de retirar el dinero necesario del Consignatario no sólo para sus compras de víveres sino para el pago de las Nóminas, que no se hacía por meses sino por viajes vencidos.

Por esos mares…

En los dieciséis años que estuve navegando, conocí el Atlántico (las dos Américas, Norte y Sur), el Mediterráneo, el Adriático (Trierste, Venecia y Bar, en Yugoslavia), el Egeo, el Mar Negro (Rumanía), el Caribe (Colombia, Puerto Rico y Sur de Estados Unidos), el Mar del Norte (Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania y Bélgica), Canal de Suez y Mar Rojo, gran parte de la costa Atlántica de Africa (Marruecos, Senegal, Liberia, Costa de Marfil, Angola, Namibia y Sudáfrica) y, finalmente, el Indico, con los viajes al Golfo Pérsico (Arabia Saudí, Irán y Dubai).

Puede sonar a mucho, a recorrer mundo (eso que se ha llamado “los siete mares”), pero tengo que admitir que me quedé sin conocer los que creo eran los países que más me interesaban: Escandinavia, Islandia, Australia y Japón. En este aspecto parece que hubo una voluntad superior para que no los conociera: nada más desembarcar en Bayona (Francia) de mi último barco, el “Río Besaya”, que fue también mi último mando, éste salió para los fiordos noruegos en cabotaje; de allí, a Islandia, Canal de Panamá y Japón, con el añadido de pasar un tifón cerca de las costas de este último país, una experiencia que envidié a mis compañeros. Fue como una burla del destino…

De esos mares me acuerdo de unos que me asombraron por sus aguas límpidas, como el Egeo y las verdaderamente increíbles de la Costa Dálmata del Adriático, Croacia y Montenegro; de otros por la coloración del mar como las puestas de sol en el Indico o el embarullado tráfico del Bósforo, que parecía una Gran Vía en hora punta. Por cierto que aquí tuve que pasar por un momento difícil cuando el Práctico turco que embarcó para atravesarlo y dejarnos en el Mar de Mármara, desde que subió a bordo, no hizo más que pedirme “whisky y tabaco” y “tabaco y whisky”, como un disco rayado y sin atender al enjambre de embarcaciones que atravesaban el Bósforo en todas direcciones, hasta tal punto que me puse en contacto con la Torre de Control y pedí que me cambiaran al Práctico inmediatamente. Lo hicieron sin siquiera preguntar la razón de mi petición. Quizá estaban ya acostumbrados…

Un caso muy especial que siempre me extrañó, por la depresión que, sin razón concreta, me entraba -y nos entraba a más de uno- en los conocidos “roaring forties” (los “rugientes cuarenta”), como llaman los ingleses a esas mares y vientos huracanados que azotan la zona al sur del Cabo de Buena Esperanza, allá donde se juntan Atlántico e Indico. Se extienden por los cuarenta grados de latitud sur. He dicho “depresión” y no se me ocurre otra palabra para expresar lo que se vive en esas latitudes. Quizás sea una mini-depresión pero yo no era el único en vivirlo y por lo que he leído en las narraciones de los navegantes (especialmente los solitarios), ellos también sentían algo muy parecido ante esas murallas de una mar siempre encrespada y gris, con cielos también grises, amenazantes, con unos vientos que parecían querer arrasarlo todo. Y siempre he atravesado estos mares en petroleros de 60.000 y de 100.000 Toneladas, que son barcos grandes, dotados con los medios más modernos para aquella época.

También es curioso –yo no lo había experimentado nunca- el caso del puerto de Trieste, en el Adriático, para el que se recomienda que, además de amarrar el barco con las estachas y cables usuales, se haga firme un trozo de la cadena del ancla a un noray del muelle, por si salta el “bora”, el temible viento encañonado que desde los Alpes desemboca, sin previo aviso, en esta zona como un ciclón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario