sábado, 28 de diciembre de 2013

De la vida a bordo (I)

De la vida a bordo (I)


La habilitación es el conjunto de espacios de un barco donde viven los tripulantes, su mobiliario, camarotes, división por mamparos, aseos, etcétera. Desde los tiempos en que yo navegué hasta el día de hoy, no ha podido cambiar más el aspecto interior y comodidades de un barco. A quienes empezamos a navegar en los años cincuenta y muy especialmente en Compañías como Ybarra, Aznar, los “candrays” del carbón de Asturias y, en general, los barcos de cabotaje, nos parece que la modernización en este apartado ha sido casi sideral.



En mi primer barco, el “Cabo Menor” de Ybarra construído como ya he dicho, en 1906, mi camarote como Agregado estaba en Popa y era un espacio minúsculo, situado en la parte del pantoque (parte curva de la popa) en el que tenía la cama (mejor sería decir catre) a la altura del pecho. Tenía que subirme a una tubería que corría debajo para poder acceder a ella; no tenía más que un lavabo pequeño, un armario reducido y una especie de balda para libros. Sentado en la cama tenía que tener cuidado para no dar con la cabeza en el techo y a la altura de unos centímetros, sobre el colchón, estaba el portillo, siempre cerrado, que tenía la particularidad de que, durante los malos tiempos y al meter la Popa en el agua con el cabeceo, salía un respetable chorro que mojaba la cama, por lo que en estos casos tenía que apartar el colchón si no quería acabar “bañado” de agua salada. Por supuesto, para ponerme una chaqueta o un abrigo, tenía que abrir la puerta porque de otra forma no podía extender un brazo.



Para mayor inconveniente, este camarote daba a una vetusta Cámara que no se usaba más que en puerto y vecino a ella, había una especie de cuarto-frigorífico, convenientemente revestido de aislamiento, en el que se colocaba una pirámide de barras de hielo –embarcadas cada cierto tiempo- y en la que se ponía la carne, el pescado, alguna bebida, etcétera. Quiere esto decir que no existía una Cámara frigorífica como tal y, como es lógico, sólo se abria tres o cuatro veces al día para sacar lo que se fuera a consumir. Esto unido a que otro espacio, adyacente al descrito, se dedicaba a almacenar frutas, verduras, etcétera, producía por toda esa parte de Popa un olor característico a rancio que lo impregnaba todo y hacía que el ambiente no fuera precisamente agradable.


Junto a estos detalles recuerdo especialmente el hecho de que en aquellos barcos no se hacía pan diariamente sino que se compraba una cantidad grande para el viaje. Si éste duraba siete días –como era el caso si se hacía directo de Bilbao a Barcelona, por ejemplo- se iba metiendo el pan en el horno día tras día hasta que ya, a la llegada a puerto, se compraba fresco. Excuso decir cómo sabía un pan recalentado al séptimo día. Junto a esto, no olvido la costumbre de aquellos barcos de que al llamarte para la guardia –a las cuatro de la mañana- el Camarero te despertaba con un café con leche (condensada) y cuatro galletas María, pero cuatro ¿eh? no cinco. El tal café era de lo que llamábamos “de efecto instántaneo”… evacuatorio.

El aseo también tenía su detalle: en algunos la taza del excusado estaba situada en alto –como un trono, y de ahí el nombre que se le daba a veces- lo que no impedía que, en caso de cabeceo, hubiera que estar atento a levantarse para que el reflujo del agua no te mojara. En otros barcos de este tipo, el aseo consistía en un espacio rectangular con la taza al fondo, teniendo que pasar sobre el espacio destinado a la ducha y se puede imaginar cómo estaban los enjaretados bajo la ducha de sucios (venías del muelle o de la cubierta) y si pensabas utilizarla, tenías que agenciarte un plástico para ponerlo debajo y no salir con los pies peor que cuando entrabas.

En este aspecto de la habilitación, cuando pasé a la flota de Pereda fue como ir de la diligencia con caballos al tren expreso. Los camarotes, los aseos, las Cámaras de Oficiales, todo era ¿cómo decirlo? más digno. No sólo el aire acondicionado, el mobiliario, la amplitud, la situación de los camarotes en las toldillas, los servicios de aseo, etcétera, sino el nivel de todo lo que constituía el entorno en que trabajabas. Esto sin contar con el hecho hecho de que, en muchos de estos barcos, si ocupabas plaza de Primer Oficial, disponías de dormitorio (a veces con cama de matrimonio), aseo y despacho.

Aparte de estos detalles, en los barcos de la costa de Ybarra nunca se dispuso de una máquina de escribir, ni de calculadora (con aquellas Nóminas que eran como sábanas y que había que copiar a punta afilada de lápiz de copia), con sumas interminables y mil conceptos por tripulante. Y estamos hablando de una tripulación que era, por término medio, de unos cincuenta hombres y que en esas Nóminas había que poner nombres completos, fecha y lugar de nacimiento, domicilio, categoría, sueldo base, sobordo, sobordillo, horas extras, pluses familiares, subsidios. Y en los descuentos no constaba sólo el total de retenciones por la Seguridad Social sino que ésta se subdividía en siete apartados (enfermedad, paro, invalidez, accidentes, etcétera). E insisto: sin una mala calculadora, todo a punta de lápiz bien afilado. Un compañero mío, estando de Segundo Oficial y por tanto encargado de las nóminas, tenía un ábaco de su propiedad (de los empleados por los chinos) y lo manejaba con rapidez.

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