martes, 12 de noviembre de 2013

Con ambiente inglés y en otros puertos


Con ambiente inglés

Antes de entrar en materia, quisiera hacer algunas observaciones sobre los contactos con ingleses que experimenté a lo largo de numerosas escalas en puertos de esa nacionalidad. Aparte de que casi siempre, desde el punto de vista español, se les ha mirado con recelo y les consideremos –quizás con razón- “muy suyos”, tengo que admitir que para un marino son eficientes y siempre actúan con una profesionalidad envidiable.





Como Capitán de barco frigorífico, diré que, en mis viajes a Dover, llegué a mantener una especie de pacífico pugilato para ser yo quien avisara la llegada al Control del Puerto antes que éste me llamara por VHF pero tengo que admitir que “perdí” esa apuesta: siempre eran ellos los que me ganaban, llamándome antes de que yo lo hubiera hecho. En esto y en las maniobras, en los horarios y en todo lo que afectara a movimientos, cambios de muelle, etcétera. su puntualidad era perfecta y los Prácticos de los más capacitados que he conocido.

Por cierto, que –para quienes no lo hayan visitado- diré que la entrada en Dover es estrecha o”superestrecha”, como dirían los jóvenes de hoy. Había que entrar a toda máquina para que las tremendas corrientes no te hicieran una mala pasada y más de una vez, el Práctico de turno me preguntaba muy serio: “Capitán ¿usted padece del corazón?” y al contestarle que no, me decía en broma “Bien, porque si tiene problemas es mejor que se siente en el sofá de la Derrota y no mire por la borda hasta que estemos dentro”.

Hay un detalle que siempre me llamó la atención y era la formalidad de las Protestas de Mar: en España, cuando un barco ha pasado, por ejemplo, un temporal u otro percance cualquiera, el sistema –al menos cuando yo navegaba- era que el Capitán fuera al Juzgado del primer puerto de llegada con el Diario de Navegación donde se habían anotado los hechos en “Acaecimientos” con la antigua fórmula de “…protesto contra mares, vientos, temporales…” y abrir el expediente con la correspondiente secuela de toma de declaraciones, providencia de “Dar fe” del Secretario Judicial, etcétera. Resumen: una abultada carpeta que había que llevar al siguiente puerto de escala para ratificar la Protesta, declaraciones, providencias, etcétera. y así en todos los siguientes puertos de escala formando con ello un enorme cartapacio.


Pues bien, en Inglaterra el Capitán iba a un Notario de Fe Pública del Condado, se le notificaba el contenido del Diario de Navegación –con la traducción hecha por Corredor Intérprete Marítimo si fuera necesario- y el mencionado Notario te entregaba un simple papel –con todos los sellos correspondientes- haciendo constar los detalles y ahí se terminaba todo.

Otro aspecto era el de las multas que la Aduana inglesa podía poner a un tripulante si le encontraba tabaco o licores en cantidad superior a la permitida. Automáticamente se daba parte al Juzgado, que señalaba la fecha de la vista teniendo en cuenta los días que el barco iba a estar en ese puerto y en el curso del juicio, al valorar la cifra de la multa, se consideraba el salario del tripulante. Y esto es algo que no he visto en otras partes, tanto la rapidez al fijar la fecha como el detalle de la cuantía.

Y ahora digamos algo sobre el fino humor británico. Como Capitán de un frigorífico, que hacía en Otoño la línea de Levante a Inglaterra con fruta (naranjas, uvas, etcétera), después de tocar Valencia recibí orden de la Naviera de proceder a Palma de Mallorca, donde iba a tomar un cargamento de sillas de enea, aprovechando que había espacio en las bodegas. No era habitual que a un barco de este tipo le endosaran tal cargamento, pero cosas más raras se han visto. Después de la escala en Palma, fuimos a Almería para cargar uvas., y de allí a Inglaterra. A la llegada a Dover y una vez atracados se presentaron a bordo las Autoridades para cumplimentar la documentación correspondiente. A la pregunta de la carga que llevaba, contesté con lo acostumbrado “oranges, grapes,” y me acordé de las sillas, por lo que añadí “and chairs” El inglés me miró extrañado y tras preguntarme si, efectivamente, se trataba de un barco frigorífico, se quedó unos segundos pensativo y al final, con una sonrisa, exclamó “Ah, I understand,frozen chairs!” (“Ya entiendo, sillas congeladas”).

Un detalle curioso y muy típico de los ingleses: en estas escalas en el puerto de Dover, y en los días que el barco permanecía allí, era costumbre que nos visitaran españoles que se hallaban haciendo cursos de inglés o ampliando estudios y siempre se les invitaba a comer con nosotros, lo que agradecían especialmente porque los españoles no se adaptan nunca a la cocina inglesa. Algo que se repetía casi en cada escala era que la hora de comer, era preferida por el personal de la Agencia Consignataria, Aduanas, Inmigración, Inspectores del Lloyds, etcétera, para venir a bordo con la excusa de documentos, papeleos y detalles generalmente nimios, pero con la intención clara de que se les invitara a un aperitivo o a la comida; muchas veces las personas que venían no eran simples empleados de las Oficinas o de los Servicios correspondientes, sino Jefes de los mismos que aceptaban la invitación a comer, una copa de buen coñac o un aperitivo; como comentaban algunos ingleses, estos Jefes eran personas que tenían un “two-thousand pounds car” (un coche de dos mil libras)

En otros puertos

En uno de estos frigoríficos, surgió un viaje a Holanda y puerto de destino Harlingen, un pueblo situado en el fondo del Zuider Zee. Era a primeros de Diciembre y aunque la recalada, con los habituales maretones del Mar del Norte, fue dificultosa, al fin pudimos atracar en un pequeño muelle, quizás el único que tenía el pueblo. Me extrañó que toda su extensión estaba ocupado por niños pequeños con sus padres o familiares. Pensé que se trataría de la atracción que siempre lo español puede despertar en los habitantes de estos países. Pero el Práctico me dijo que se debía a otra razón: era el 5 de Diciembre y en esa fecha, según la tradición holandesa, llega a un puerto del país el Obispo San Nicolás (Saint Nicholaus y de ahí Santa Claus) en un barco español, llamado “Spanje” (España), del que sale montado en un caballo blanco, y reparte golosinas y pequeños regalos, como anticipo de la Navidad. Una vez atracados, llegaron las Autoridades a las que tenía que entregar la documentación del barco y cuando a la Aduana le paso el Manifiesto de Carga y Pertrechos, el Oficial lo mira atento y me dice “Capitán, aquí falta algo…” y como yo le asegurara que estaba todo, me dijo “Y ¿dónde está el caballo blanco?...Porque el Obispo viene en un caballo blanco y usted. no lo hace constar aquí…”. Reimos de buena gana con la broma y aún le pregunté si no quedarían defraudados todos aquellos pequeños que habían ido a ver el barco con tanta ilusión; me contestó que no, que les decían que no sabían a qué hora desembarcaría San Nicolás pero que ya estaban ilusionados con haber visto el barco “Spanje” en el que llegaba. Por cierto que fue una estancia muy agradable, rodeados de la solicitud de los habitantes que prodigaban sonrisas por la calle y eran acogedores en todos los aspectos.


Viajando por la costa occidental de Africa, recalé en el puerto de Tema, en Ghana, que tiene a orgullo ser el lugar de esa parte del Mundo africano por donde pasa el meridiano de Greenwich, por lo que todo en la ciudad se llama “Meridian”, Hotel Meridian, Bar Meridian, etcétera. Y en esa estancia allí, presencié algo que no he podido olvidar: estaba con el Consignatario en cubierta, acodados en la regala, cuando vimos avanzar por el muelle una pequeña multitud de personas, casi todos mujeres y niños, que rodeaban a dos soldados de la Prefectura Marítima. Cuando estuvieron a nuestra altura, comprobamos que en el centro del grupo iban dos hombres casi desnudos, obligados a andar estilo pato, mientras los soldados les daban tremendos correazos con los cintos de sus fusiles, que previamente habían soltado, además de patadas que les hacían estrellarse contra el suelo. Los cintos tenían sus hebillas metálicas, por lo que las espaldas de los desgraciados estaban sangrantes. Oí que les habían sorprendido robando y que ese era el castigo habitual. Pero lo que más me horrorizó era la actitud de aquellas mujeres y niños, riendo a carcajadas cada vez que los castigados se estrellaban en el suelo como consecuencia de las patadas. No sé si parecerá acertado pero en ese momento pensé que era como si estuviera en el Circo romano con todos sus horrores. Nunca he podido olvidar aquel espectáculo y no sé si será justo aplicar a los africanos de aquellos países una duda sobre si es posible la civilización, al menos tal y como la entiende Occidente.

Haciendo escala en un puerto alemán –creo que era Bremen- dos marineros de mi barco salieron a tierra al anochecer y, como es natural, tuvieron que recorrer bastante distancia junto a los tinglados del muelle hasta llegar a la salida. Cuando ya estaban fuera, uno preguntó al otro si había visto el número o letrero del muelle donde estaba amarrado el barco. Este contestó que sí, que ya había anotado un letrero y que no había pega. Cuando regresaron, estuvieron andando largo rato y como el que afirmaba haberlo anotado mostraba confusión y un evidente despiste, su compañero le preguntó “Pero vamos a ver ¿qué ponía en el muelle de nuestro barco?” y el otro le mostró la anotación que decía “Rauchen verboten” es decir, en alemán “Prohibido Fumar” y…¡todos los muelles tenían idéntico letrero!... Pese a todo puedo asegurar que no lo mató.

Como curiosidad, contaré lo que me ocurrió en el puerto colombino de Barranquilla, estando al mando de del frigorífico “Río Besaya”: llevábamos varios meses sin tocar puerto español y ya se nos había agotado el vino a granel que, usualmente, se servía en las comidas por lo que buscaba algún sitio donde nos lo pudieran suministrar. Al llegar al puerto citado pregunté al Consignatario si tenían vino allí y si era posible hacer un pedido grande. Me contestó afirmativamente y me preguntó qué cantidad de botellas necesitaba. Cuando le dije que la tripulación lo tomaba en todas las comidas y que serían varias barricas, se extrañó mucho y volvió a preguntarme si de verdad comíamos con vino. Al confirmarle que así era, me dijo que fuera con él a tierra para visitar la empresa suministradora y probar el producto antes de encargarlo. Así lo hicimos y en cuanto me dieron a probar de una botella, me dí cuenta del error: ellos llamaban “vino” al “vermut”, por eso le extrañaba que yo le hablara de barricas. Como en este país tienen la frase de “¿Le provoca un tinto?” para invitar a un café, ya comprendí que a veces el español de España tenía sus diferencias con el de aquellos países, aunque por cierto sea en Colombia, especialmente en Cartagena de Indias, donde he oído un español más puro y más parecido al nuestro del Siglo de Oro.

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