martes, 19 de noviembre de 2013

En la Sudáfrica del Apartheid

Experiencias en la Sudáfrica del “Apartheid”

Mandando los Frigoríficos de Pereda hice varios viajes a esta zona, en los años de 1967 a 1971, en pleno régimen del “Apartheid” y en verdad que las experiencias vividas allí merecen por lo menos algunos comentarios, aunque seguramente a la generación actual les suenen a chino.

Para los que no han tenido noticia del tema, el “Apartheid” fue el sistema imperante en la República de Sudáfrica hasta años recientes, en que, con la victoria de Nelson Mandela principalmente, se consiguió la igualdad. Básicamente, consistía en que cinco millones de habitantes blancos tenían todos los derechos y unos veinte millones de hombres de color vivían en una situación de “raza inferior”, encerrados casi siempre en los “sowetos” (“south western town”), también conocidos como "bantustanes", o en “native locations” con un grado de pobreza tremendo.


Como en estos viajes las escalas en puerto no duraban menos de un mes –cargábamos de varios pesqueros de distintos países, principalmente españoles, japoneses, portugueses, coreanos, etcétera, - había tiempo sobrado para conocer el país, sus habitantes y algunas de sus costumbres. Los puertos más frecuentados eran Ciudad del Cabo y Walvis Bay, éste último en el territorio de lo que hoy es Namibia, la antigua Africa del Sudoeste Alemana y que hasta su independencia fue un territorio administrado en régimen de fideicomiso por la República de Sudáfrica. La diferencia con la propia Sudáfrica consistía en que una mayoría de la población blanca era alemana o de origen alemán y, para todo, se usaban los tres idiomas: inglés, afrikaans (que era el antiguo holandés de los Boers) y el alemán. Todavía conservo facturas de comercios con las anotaciones en las tres lenguas.

Hay que señalar que para las tareas de carga y estiba venían trabajadores negros de algunas de las tribus cercanas, o incluso de países limítrofes –en muchos casos, ya independientes- traídos en camiones desde sus “locations” y devueltos a las mismas cuando terminaban. Nos comentaban los encargados que se les pagaba generalmente el sábado y casi siempre a las familias, porque si lo hacían a los propios interesados, acababan gastándoselo en alcohol.

En lo que cito anteriormente sobre trabajadores negros procedentes de otros países que habían alcanzado ya la independencia, puede extrañar a más de uno que se diera este caso: ¿cómo un hombre de un país en el que no existía “Apartheid” se iba a trabajar a Sudáfrica? Esto no lo entendían mis amigos cuando, de vuelta en España, se lo contaba y la explicación era bien sencilla: allí había trabajo más o menos seguro y podían mantener a sus familias mientras que en su país de procedencia había, sí, independencia y libertad, pero era la libertad de… morirse de hambre.

En Ciudad del Cabo (Cape Town) –a la que los marineros españoles llamaban “Capetón”- era donde más se podían ver los detalles del “Apartheid” en la vida diaria. Por ejemplo, uno de los días que estábamos allí fui a la central de Correos para franquear una carta y al querer comprar los sellos correspondientes me encaminé a una ventanilla, pero el empleado me miró con sorpresa y me indicó que era sólo para negros y me señaló dónde tenía que ir. Me pareció llevar las cosas al extremo el separar las razas hasta en algo tan elemental. En otra ocasión, al salir de un edificio con un compañero, fuimos a coger un taxi y observé que había varios que tenían encima un letrero que decía “Net blankes”, lo que interpreté como que no era para blancos, pero al seguir buscando, alguien nos señaló que ese letrero estaba en “afrikaans” y que quería decir “Sólo para blancos”…  

Precisamente uno de los mayores problemas con que nos enfrentábamos los Capitanes españoles en este país era el instruir repetidamente a nuestros marineros para que en sus salidas a tierra, no se “liaran” con ninguna mujer negra, porque las leyes sudafricanas eran rigurosísimas con las relaciones sexuales entre blancos y negros y, como poco, a los que se les pilllaran en falta podrían pasar un tiempo en la cárcel, y los Tribunales no se andaban con bromas en este asunto.

Hasta qué punto las Autoridades africanas se veían en apuros para poner de acuerdo sus intereses comerciales con el tema de las razas, lo pudimos comprobar en un caso curioso: por aquel entonces, las aguas de Sudáfrica eran el caladero de infinidad de flotas pesqueras que faenaban cerca de sus costas y transbordaban su pesca, en los muelles de sus puertos, a los mercantes frigoríficos, el Gobierno sudafricano percibía una cantidad de dinero por tonelada, y que representaba unas ganancias nada despreciables. Muchos de estos pesqueros eran japoneses, coreanos o de otros lugares de Asia. ¿Cómo considerar entonces a las tripulaciones de raza amarilla que llegaban a sus puertos y se paseaban por sus calles? ¿Tratarlos como blancos? Pues, según me refirió un Agente español de Pesquerías que llevaba tiempo allí, optaron por darles la condición de “blancos provisionales”…

La sociedad sudafricana blanca que conocí entonces estaba compuesta de dos comunidades muy distintas, la afrikaan –descendiente de los antiguos colonos holandeses, también conocidos por “boers”- y la inglesa. Se distinguían fácilmente los pertenecientes a una u otra no sólo por el idioma si no sobre todo porque el afrikaan parecía más tosco, menos cultivados y se podía observar una cierta mirada de superioridad en el grupo inglés sobre sus vecinos. Curiosamente, y que yo sepa es el único país en que se la circunstancia de que la dirección de los puertos dependía de la Autoridad del Ferrocarril, por lo que el Harbour Master (Director del Puerto) era un empleado de los Ferrocarriles, generalmente afrikaan, y en cambio lo específicamente náutico –el cargo de Port Captain- recaía en un inglés.

Un detalle también curioso de aquella época era la falta de televisión. No existía, simplemente, y se decía que era para impedir que la población negra viera cómo se vivía  en otros países, especialmente en el aspecto de la mezcla de razas. A cambio disponían de las mejores emisoras de Frecuencia Modulada que he oído en mi vida, lo que me permitió grabar muy buena música. Incluso conservo aún una emisión de anuncios de Pepsi-Cola en ¡zulú!. 

También podía observarse cómo el ambiente oficial, calvinista y con el extremado rigor que habían llevado los colonos holandeses, era por completo opuesto al clima general de una libertad de costumbres y un cierto relajo –si se me permite la palabra- que convertía a Ciudad del Cabo, por ejemplo, en un lugar de juerga garantizada… siempre que fuera con mujeres blancas, claro. 

En Walvis Bay, ciudad típica de un ambiente casi aburrido, muy extensa, con edificaciones de poca altura, con muy pocos comercios y prácticamente sin vida nocturna, la única animación estaba en los muelles con sus pesqueros de cien países diferentes, los frigoríficos que íbamos a transbordar su pesca, etcétera. Allí pude presenciar algo que no había visto en mi vida y que merece la pena contar. Cuando llegaba de pescar un barco de bandera israelí, tras meses en la mar, los Agentes resolvían el problema de las “necesidades” de sus tripulantes evitando el peligro de la "mezcla" con mujeres negras, de una manera ciertamente expeditiva: traían desde Ciudad del Cabo un par de autocares con prostitutas blancas y durante los días que el pesquero estaba en puerto, puede uno imaginarse lo que pasaba allí, máxime cuando lo habitual era que dicho pesquero israelí estuviera abarloado a un mercante, cual podía ser nuestro caso. Ni una película de los Hermanos Marx podía haber reflejado aquel lío de mujeres corriendo por las toldillas en paños menores, gritos, borracheras, etcétera.

De todas maneras, sí quisiera traer aquí mi impresión de que aquel país es uno de los más interesantes del mundo. La belleza de Table Mountain, en la bahía increíble de Ciudad del Cabo, las riocas de Sea Point, la llanura interminable de los “Veldt”, la propia ciudad, con edificios modernísimos y al mismo tiempo cuidando sus antiguas casas de la época inglesa o la Estación Central de la ciudad, una construcción moderna pero que albergaba dentro la antigua estación victoriana, con la primera máquina de vapor que atravesó aquellas tierras cuando aún podían sufrir ataques de leones y fieras salvajes… 

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