viernes, 1 de noviembre de 2013

En la flota de Pereda

En la flota de Pereda (Petroleros, Bulk-carriers y Frigoríficos)

Antes de nada, he de señalar que, en aquellos años sesenta del pasado siglo, cambiar de los barcos de cabotaje de Ybarra a los petroleros de Pereda, de Santander (en mi caso, el primero fue el “María de los Dolores”) fue como salir de siglo XIX y entrar en el XX: barcos modernos, camarote amplio, aire acondicionado, radar, sonda, giroscópica, telefonía, estachas de nylon, walkie-talkies, etcétera. ¿Y qué decir de su gente? Los que conocí, en su mayoría eran hombres experimentados en viajes de altura, muy jóvenes en comparación con los de Ybarra, sobre todo los Capitanes, y sin aquella manía de hacer las cosas “como siempre se hisieron”. Pensemos en que oía decir –estando en Ybarra- que Fulanito era demasiado joven para Primer Oficial con casi cincuenta años. 



Hay algo de lo que quiero dejar constancia: en aquellos años, la Naviera de Pereda era, posiblemente, una de las mejores de España. En sus barcos se instalaban los medios de navegación más modernos, contaban sus tripulaciones con dos meses de vacaciones –cuando el resto sólo tenía un mes-, disponían de camarotes y cámaras con un estándar infrecuente en aquella época y sobre todo se trataba de un Armador que en nada se parecía al resto de sus colegas españoles por su interés en la situación de su personal. Este Armador, D.Fernando Mª Pereda era una auténtica “rara avis” entre los Navieros españoles. Podría contar muchos detalles de los que fui testigo pero sobre todo sobre su intervención personal con ocasión del naufragio del “Bonifaz”, en el que permaneció en Vigo con todos los supervivientes, ocupándose tanto del traslado de los cadáveres recuperados, como del acomodo, gastos, etcétera, de los que allí estábamos. Entonces dio pruebas de un sentido humanitario excepcional. Por ello, cuando se conmemoró en Muros el aniversario del naufragio, tuve el privilegio de recordar este hecho ante una de sus hijas presente en los actos y rendir un pequeño tributo a su memoria. 



El ambiente en los barcos de Pereda era completamente distinto a lo que había vivido en Ybarra, donde las conversaciones en la Cámara no salían de lo que yo entonces llamaba “cultura de chiringuito”, es decir, que no iba más allá del kiosko-bar a la salida del muelle y el conocer todos los detalles de los barrios de fulanas (incluso con los nombres o motes de éstas). Nunca vi prácticamente a nadie leyendo un libro. Es más, recuerdo que en cierta ocasión, de Tercer Oficial en el “Cabo Silleiro” y estando una tarde atracados al muelle, pasó el Capitán por la toldilla y se asomó por el portillo; al verme leyendo un libro, comentó “¡Qué juventud ésta! En puerto y se queda leyendo” En los petroleros primero y en los demás barcos de Pereda después, nos intercambiábamos las lecturas. Incluso en algunos barcos teníamos una curiosa biblioteca y comentábamos las noticias de la radio y era como el revés de lo visto hasta entonces.


Y si hablamos de los sueldos sólo puedo decir que mi primera nómina como Tercer Oficial de petrolero era casi cuadrúplo que la última que había cobrado meses antes en igual destino en Ybarra. Puede parecer exagerado, pero así era. La explicación estaba en que el Sobordo (tanto por ciento del flete que se divide entre la tripulación) era muy elevado al tratarse de petróleo y mercancía peligrosa. Otra cosa que me asombró al principio, y que puede parecer nimia pero no lo es: el surtido del botiquín lo hacía el Tercer Oficial, que iba en puerto a la Farmacia y compraba todo aquello que le parecía lógico para el tipo de viajes. Recordaba en los barcos de Ybarra que esos botiquines –por llamarles de alguna forma- apenas tenían aspirinas y “Agua del Carmen”.

En los primeros años sesenta, cuando el Canal de Suez estaba todavía servido con Prácticos de varias nacionalidades –había muy pocos egipcios- y con el convoy ya preparado para abandonar Port-Said rumbo al Sur, nos tocó un Práctico ruso, un gigantón impresionante como de dos metros. Yo, como Tercer Oficial, estaba en el Puente. Como de costumbre, el Capitán le ofreció café; el ruso preguntó si tenía buen café, si era del reservado al Capitán. Éste le contestó que así era y el Camarero subió uno. El Práctico lo probó y dijo que, efectivamente, era muy bueno. Pero al poco rato, el ruso empezó a darse masajes en el estómago y se fue alarmando porque, visiblemente, aquel brebaje era de los que llamábamos “de efecto inmediato”, es decir, laxante. Así que preguntó por el aseo y al atravesar la Derrota, se inclinó hacia mí, que estaba en el quicio de la puerta, y me gritó a unos centímetros de la cara: “Captain coffee, eeehhhh! fucking coffee!...” 

Abundando en las visitas a este puerto, Port Said, se contaba entre los marinos una anécdota que yo me inclino a creer era un chiste. Ocurría que, cuando bajabas a tierra unas horas, te asaltaba una turbamulta de chiquillos ofreciéndote mil cosas, recuerdos, estatuas de Nefertiti, rascadores para la espalda, pequeños látigos que ellos decían “Per la moglie!” (“Para la mujer”, esto es, para azotarla, claro) y, sobre todo, fotografías porno en postales como de principios de siglo. Y siempre te susurraban si querías mujeres, niñas, etc. Y cuentan que, cierta vez, un Capitán escandinavo bajó a tierra para resolver un asunto urgente con las Autoridades; al verse rodeado del consabido grupo de chiquillos ofreciendo lo de siempre: fotos que ellos llamaban “scandalosas”, “girls” complacientes, etcétera, el Capitán no les hacía caso, y entonces optaron por preguntarle discretamente si lo que quería eran “boys”. El escandinavo, harto del enjambre, dijo desesperado “I want the Harbour Master”. Uno de los chavales se quedó muy serio y le contestó lo siguiente “ Harbour Master…may be but it is too expensive…” Lo pongo en inglés tal y como se contaba y no creo que para marinos necesite traducirlo.

Durante las frecuentes escalas en Ras Tanura (Arabia Saudí), en los años sesenta, para cargar crudo, los Oficiales de mi petrolero habíamos hecho bastante amistad con el “foreman” (capataz) saudí encargado del muelle. Era un hombre simpático y expresivo al que se le hacían bastantes favores que él agradecía. En cierta ocasión, llegó a bordo muy contento diciendo que había habido una baja en el mercado de esclavas de Kuwait (¿?) y que se había comprado una que, según él, era muy guapa y encima muy trabajadora (que debía ser lo principal). Tan contento estaba que no se le ocurrió más que decirnos que nos la iba a enseñar. Nos extrañó pero pidió que le siguiéramos hasta la puerta-alambrada del muelle –que nosotros no podíamos cruzar- y al otro lado, en su coche, tenía a la susodicha. La llamó, la hizo salir del coche y que se acercara a la alambrada. Como era de rigor, estaba tapada de pies a cabeza. El nos miraba como buscando nuestra aprobación pero se conoce que al vernos un tanto sonrientes pero despistados, le dijo algo en árabe, que visiblemente era “descúbrete la cara”. La mujer lo miró asustada y él insistió: entonces ella se quitó el pañuelo de la cara y él se volvió a nosotros preguntando qué nos parecía. No habíamos dicho todavía ni mú, cuando de la cercana garita de guardia de la Policía Marítima Saudí salieron un par de guardias gritando como energúmenos. La mujer volvió a taparse rápidamente y nuestro “foreman” se enredó en una discusión con los guardias. Al cabo de un rato, nos dejaron ir pero no sin amenazar –según nos tradujo- que la próxima vez nos harían un “report”. El tal “report” era de lo más temible entonces para cualquier tripulante de un petrolero porque significaba que no podías volver a tocar ningún puerto de Arabia, con lo que quería decir que tendrías que cambiar de barco, posible castigo en la Naviera, etcétera.

En un país como Arabia Saudí y en aquellos años sesenta del pasado siglo, podían verse cosas que producían extrañeza, no sólo por detalles como lo que se narra anteriormente sino también por tener la oportunidad de ver hasta qué punto el rigor musulmán se imponía a personas que, como extranjeros, no deberían verse sujetos a tales normas. En Ras Tanura, el puerto saudí donde más veces cargábamos crudo, había dos Inspectores de una Empresa americana que tenían la misión de comprobar las cantidades cargadas en cada viaje y que, como suele pasar con españoles, acabaron por hacerse familiares a bordo, comiendo con nosotros y disfrutando de cuantas cosas podíamos llevarles para hacerles la vida más agradable. Ellos vivían en la localidad –creo que por períodos de seis meses- y lo que nos pareció increíble es que, al recibir de su familia cartas y revistas, éstas últimas eran censuradas por las Autoridades saudíes, quienes recortaban toda figura de mujer que apareciera ligera de ropa o en bañador o en poses insinuantes (tipo anuncios y demás) incluso en revistas como “Newsweek” o “Time”. 

Eso sí: en aquellos puertos podías salir a tierra y dejar abierta la puerta del camarote porque estabas más seguro que en ningún sitio Ante la pena que la Ley de este país imponía a los ladrones, que es el cortar la mano de los que se atrevieran a robar. También nos extrañaba que se anunciara que un día a la semana –no sé si era el jueves- había en la capital, Ryad, ejecuciones públicas.


Cosa muy distinta era en Irán –en tiempos del Sha- donde tenías que estar con mil ojos para que no te quitaran hasta la respiración. Generalmente cargábamos en Bandar-Mashur y allí todo era estar pendiente y vigilante. Incluso con el Práctico a bordo y el Capitán en el Puente, uno de nosotros se quedaba en el quicio de la puerta que daba a la Derrota porque no era nada raro que al entrar tanto el Práctico como su ayudante, echaran mano hasta de los lápices, los compases, lupas o lo que hubiera en la mesa de cartas e incluso hubo casos de gente que entraba por los pasillos y se metía en los camarotes. Registramos un caso de intento de violación a un Oficial que había salido de guardia y estaba durmiendo, por parte de uno de los amarradores.

Al leer un reciente libro de recuerdos de un compañero nuestro en el que, entre otras cosas, hablaba de los viajes a Libia y la pesadez y problemas que las Autoridades de dicho país ofrecían a los barcos, he recordado un detalle curioso: estábamos haciendo viajes en un petrolero a cargar crudo en la Refinería de Es Sider, al fondo del Golfo de Sirte. En estos viajes, el país aún estaba gobernado por el Rey Idriss y el papeleo, aunque minucioso, era más o menos normal, impresos en inglés y árabe, etcétera. Pero en otro viaje las cosas habían cambiado: aparte de mucha más gente pidiendo toda clase de documentos, todo estaba sólo en árabe y había que rellenarlo sobre la marcha. El colmo lo representaba la Lista de Tripulantes pues había que hacerla en los impresos que ellos traían, por supuesto igualmente en árabe es decir, para que nos entendamos: había que rellenarlos de derecha a izquierda, a la derecha los nombres, más a la izquierda los cargos, después la nacionalidad, nº de Pasaporte o Libreta, etcétera. ¿Alguien puede imaginar lo que es hacer esas Listas en una máquina de escribir occidental en este plan? Y eso sí, mucho islamismo pero antes de meter nada en el Sello echaban mano de botellas varias y no precisamente de coñac Fundador, preferían las de brandy especial, Courvoisier, champán francés y demás exqisiteces.

Referente a Libia, creo que merece la pena comentar algo con lo que, pienso, algunos marinos se habrán encontrado y que parece ser típico de este país, el “ghibli” o viento del desierto. Es algo que hay que pasarlo para poder medir hasta dónde puede llegar la sequedad ambiental. No sólo se notaba la boca seca y había que estar bebiendo casi de continuo, sino que, una vez se ha retirado el vaso de la boca, los labios quedaban totalmente secos e, igualmente, al salir de la ducha no se necesitaba toalla. Generalmente, dejábamos siempre los lavabos o la bañera de cada camarote mediados de agua para poder humidificar algo el ambiente, sin conseguirlo más que en una mínima parte. Donde se notaba más era en las tapas de los libros, en las cartas náuticas y muy especialmente en las carpetas colocadas en los escritorios de cada camarote, que se abarquillaban de una forma increíble. 

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