domingo, 20 de octubre de 2013

Ybarra -Trasatlántico


En “Ybarra”. Correo-Trasátlántico

Mi segundo embarque como Agregado, en Ybarra, fue en el correo-trasatlántico “Cabo San Roque”, al que me incorporé cuando aún estaba terminando su armamento en la Naval de Sestao.

Creo que este barco fue el ,primer trasatlántico construído en aquellos años en España y quizá el mayor en tonelaje. Fue toda una revelación especialmente en Sudamérica y durante años recibió miles de visitantes, principalmente españoles residentes en aquellas repúblicas. Su interior estaba diseñado por un famoso decorador italiano y los cuadros que adornaban sus salones habían recibido premios en una exposición organizada por Ybarra, con la participación de conocidos pintores españoles de esos años como Mampaso, Villaseñor, etcétera. Entre sus novedades tecnológicas disponía del sistema de aire acondicionado mejor que he conocido en ningún barco, de la casa ATISA de Milán.

La primera salida a la mar la hicimos de Bilbao a Guetaria, donde se iba a efectuar la visita de Franco al buque, el primer trasatlántico moderno que tenía España en aquellos años -1957- en una especie de “puesta de largo”. Aparte de que, junto con el Petrolerto “Campomayor” –en la innauguración de un pantalán en Barcelona, según he sabido- quizás se trate de uno de los poquísimos barcos mercantes españoles que tuvo a bordo al entonces Jefe del Estado, esta visita dio lugar a unos detalles que pienso merecen relatarse: la tarde anterior a la salida acompañé al Primer Oficial a la oficina de Ybarra en Bilbao, con documentación y Lista de Tripulantes; allí nos esperaban ya dos Inspectores de Policía. Su misión era examinar esta Lista (¡más de 270 personas!) para evitar que entre los que iban a estar a bordo durante la visita de Franco se encontrara algún, digamos “sospechoso”. Nos pidieron que esperáramos un rato y se fueron con la Lista; antes de media hora volvieron y señalaron a un Engrasador para que al día siguiente se quedara en tierra y volviera a embarcarse cuando el barco regresara a Bilbao la misma noche. Esta persona había sido “gudari” en el frente durante nuestra Guerra Civil, pero todo se limitó a pedir que no figurara entre la dotación coincidiendo con la visita. Ni entonces ni en ningún momento posterior tuvo este hombre la menor dificultad en su empleo, en el que por cierto llevaba bastantes años. Para mí es de resaltar, no sólo la rapidez con que se escudriñaron los nombres –en aquella época sin ordenadores ni nada parecido- sino también que no se tomaran medidas en contra del sujeto. Quizás no sea hoy políticamente correcto anotarlo, pero así fue y así lo cuento.

Por lo que respecta a la visita en sí, recuerdo bien muchos detalles: el embarque de Franco se realizó desde el yate “Azor”, fondeado en Guetaria, y todos los Oficiales formamos un semicírculo en Popa y allí fuimos presentándonos y saludando a Franco y a algunos de los Ministros que le acompañaban (Carrero Blanco, Ullastres, el Subsecretario de la Marina Mercante, Almirante Jáuregui, etc.) Figuraba también para recibirle el entonces Director de Sestao, Gregorio López-Bravo –luego Ministro de Industria y de Asuntos Exteriores- y, lógicamente, toda la Dirección de Ybarra. Hay que añadir que, después de recorrer el barco, se celebró una comida y, por las causas que fueran, no se permitió el uso de las cocinas por lo que la tripulción no pudo sentarse a comer hasta pasadas las cinco de la tarde. Para quienes, como en mi caso, habíamos entrado de guardia a las cuatro de la mañana, fueron unas horas de “hambre canina”…También recuerdo que, desde unos cristales que comunicaban las cocinas con el Comedor de Primera donde tenía lugar el banquete, ví que Franco figuraba en el centro de la mesa presidencial –corrida, cuando todas las demás eran redondas- y que el Capitán del barco no estaba ni siquiera en esta mesa. Digamos que aquello me sorprendió e incluso me ofendió ¿no se estudiaba en Derecho que el Capitán era “…Master under God…” (“En un barco, después de Dios, su Capitán”)? Pues en aquella ocasión, esta regla brilló por su ausencia.

Durante el periodo de Prácticas en estos correos-trasatlánticos de Ybarra era quizás la única oportunidad que teníamos los Agregados y Pilotos para practicar la navegación de altura, es decir, hacer observaciones de astros con el sextante y los consiguientes cálculos para obtener la situación. La forma habitual era que en cada guardia el Oficial y su Agregado hicieran las observaciones con el sextante, especialmente al amanecer y al atardecer y a mediodía observar lo que se llama “la meridiana” (altura del sol) y completar así lo que podría considerarse la situación oficial del barco. Era costumbre que estas observaciones, tanto las de estrellas como la de sol, las tomaran todos los Oficiales, Capitán incluído y aquí puede contarse la anécdota de cierto Capitán andaluz, en uno de estos Correos, que al hacer sus observaciones habituales de estrellas, dando las diferentes alturas de los astros previamente acordados y las consabidas voces a quien estaba atento al Cronómetro (“¡Listos!...¡Top!”), se dispuso a hacer por sí mismo el Cáculo correspondiente. Varias veces lo repasó y comprobó que la parte correpondiente a la altura observada de la estrella “Arcturus”, no permitía una solución lógica; esto solía indicar que o bien la hora tomada en el Cronómetro o bien la altura tomada en el sextante eran erróneas. Pero este Capitán se cansó de intentar más comprobaciones y anunció muy convencido al resto de los Ofciales “Nada, señores, hoy le pasa algo a Arcturus…” 


Montevideo (Uruguay) era uno de nuestras escalas obligadas, y, en una ocasión, al dirigirnos al muelle de atraque, pasando a la altura de varias unidades de la Marina Uruguaya, uno de los Agregados subíamos al Puente Alto para preparar el saludo con la bandera a barcos de guerra, como es de rigor, pero notamos con extrañeza que no contestaban a nuestro saludo en la forma habitual –arriando e izando su bandera- y preguntamos al Práctico si pasaba algo. Pero él, muy tranquilo y como sin darle importancia, contestó que se debía a que la Marina de Guerra estaba esos días en huelga…¿Alguno sabe de una Organización Militar que pueda ponerse en huelga?

Siendo Agregado a bordo del “Cabo San Roque” y en un viaje a Argentina un año después de la caída de Perón, hallándonos recién llegados a Buenos Aires, tuvimos que lamentar un desgraciado accidente: un Marinero que pretendía pasar a la Bodega de Equipajes, se precipitó desde un entrepuente al plan de la bodega, sufriendo un shock cráneo-encefálico. Inmediatamente fue atendido en la Enfermería del barco –disponíamos de Médico, Practicante, Enfermera e incluso de quirófano- pero al comprobar la extrema gravedad de la situación, se dispuso trasladarle en una ambulancia a un Hospital. Me ordenaron acompañarle y sin tiempo a cambiarme, de uniforme blanco y sin gorra, salí con el Marinero camino del Hospital de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires. Nada más llegar lo introdujeron en quirófano y me indicaron que si quería ver la operación podría hacerlo desde la carcasa encristalada que servía para las clases prácticas. Así lo hice unos minutos pero me retiré pronto de allí esperando en una sala inmediata. Pronto vino a hacerme compañía un Capellán del Hospital, enterado del suceso y que, para más señas, era español. Le agradecí el detalle porque me encontraba sólo y desorientado por la rapidez con que había ocurrido todo. Pero he aquí que a los pocos mintos apareció una Enfermera diciendo que a los cirujanos les hacía falta una medicina de tipo tal. Ante mi asombro, dijo que tenía que procurármela fuera, en una Farmacia. Me quedé “a cuadros”. Contesté que ni tenía dinero ni sabía dónde encontarla. El Capellán, igualmente asombrado de la situación, me dijo que él me facilitaba el dinero y que iríamos a por esa medicina. Cuando el hecho se repitió varias veces –yo no podía creer lo que estaba sucediendo- y volvíamos de la Farmacia, un grupo de Enfermeras y algunas personas que estaban en la Puerta del Hospital, empezaron a reirse de mi uniforme, burlándose del “gallego” y demás lindezas por el estilo; el buen cura no pudo más y, furioso, les lanzó esto “¡Os mereciais que volviera Perón!”. Una de las peores cosas que en aquellos momentos se le podía decir a un argentino. Pero, para mí, lo más indignante fué que varias horas después, al caer la tarde, apareció por fín un empleado de la Consignataria quien se hizo cargo de todo, repartiendo billetes a voleo…con lo que las mismas Enfermeras, Médicos y todo el personal que antes había estado burlándose y poniendo toda clase de trabas, se transformó en atentísimo y simpatiquísimo…hasta el punto de hacerme sentir náuseas. Comprendo que no se puede juzgar a un país por un detalle de personas aisladas, pero que operando a alguien te vengan a pedir los medicamentos necesarios, no creo que sea muy normal.

En este mismo correo nos ocurrió lo siguiente: teníamos un Primer Oficial que era el “coco” de los cinco Agregados y al que uno de los Segundos Oficiales –con más malas ideas que un gato- le quería convencer de que éramos unos abusones, que nos tomábamos libertades “peligrosas”, que incluso fumábamos en el Puente, que entrábamos a las guardias por el Cuarto de Derrota en vez de hacerlo por los alerones como los timoneles, etcétera.. . Lógicamente, al cabo de un tiempo lo convenció e igualmente al Capitán. Total: que se nos prohibió lo de fumar, entrar por la Derrota y no sé cuántas cosas más. Hay que tener en cuenta que estábamos en 1958, que en ese barco había ¡32 Oficiales! y 273 tripulantes, que los Alumnos tanto de Náutica como de Máquinas éramos “lo último de lo último” y que, por supuesto, el Capitán era como un Dios al que ninguno se atrevía ni a hablar si no era para responder. Pero estas prohibiciones nos parecieron ya el colmo porque la intención de humillar era patente. Así las cosas, nos decidimos a ponerle freno. En la Ley Penal y Disciplinaria de la Marina Mercante (en vigor entonces) encontramos el Art. 40 Apartado Primero, que decía “El Capitán, Oficial o Contramaestre que maltratare de obra a un inferior…o le haga objeto de cualquier vejación notoria…” Lo discutimos entre los cinco Agregados y acordamos hablar con el Capitán para protestar y anunciarle que si seguíamos bajo tales prohibiciones nos veríamos obligados a cursar una denuncia ante la Comandancia de Marina del primer puerto español –Tenerife- alegando el citado Artículo. Igualmente decidimos que yo llevara el encargo por ser el Agregado más antiguo. Hay que ponerse en la época para imaginar lo que representaba ir al Capitán de un trasatlántico con una amenaza de este tipo; como poco podía significar el desembarque…y esto en una época en la que era difícil encontrar donde hacer las Prácticas. Por fín –y confieso que temblando- abordé al Capitán en el Cuarto de Derrota y le planteé la cuestión. ¡Había que ver cómo reaccionó! Gritó, echó maldiciones a manta, y todo era repertir “¡Tú… a mí…denunciarme! ¿Pero qué te has creído? ¿Qué os habeis creído? ¡Es para tiraros por la borda…!” “¡Fuera de aquí…!” Salí de allí encomendándome a todos los santos y conté a mis asustados compañeros cómo había ido la cosa. Total, que pasamos un día horrible en espera del que creíamos seguro castigo. Horas después, hallándome en la Derrota anotando algo en el Cuaderno de Bitácora, noto que se abre la puerta a mis espaldas y entra el Capitán. Con el corazón desbocado, esperé nuevos gritos y amenazas….pero en vez de eso, noto que el Capìtán se coloca junto a mí y me dice tranquilamente “Hombre, no hay necesidad de ninguna denuncia a la Comandancia, son cosas sin importancia y ya he dado la orden de que os dejen fumar en el Puente, entrar por la Derrota, etc. Es que el Primer Oficial a veces cree que estamos como hace treinta años…”. Creo que mi suspiro se notó hasta en la Máquina, mascullé alguna disculpa y ahí terminó todo.

Un recuerdo del tiempo que navegué en este trasatlántico fue la siguiente: meses después de la primera salida del barco a navegar, se incorporó a la tripulación un Segundo Maquinista, ya mayor, en el que se daba la particularidad de haber formado parte de la tripulación de uno de aquellos barcos de Ybarra que, en los años de nuestra Guerra Civil, habían estado haciendo los viajes entre España y Odesa (Rusia) y que al finalizar la contieda quedaron en poder de los rusos. Así tuvo que ponerse a trabajar en este país, no recuerdo si como Mecánico o como Maquinista, pero sí creo que en tierra (no embarcado) y allí le sorprendió la Segunda Guerra Mundial. En los primeros años cincuenta consiguió, como otros cientos de compatriotas, venirse a España con su mujer, una rusa con la que se había casado allí y que, por cierto, era la típica “matrioska” al estilo de la Kruscheva. Ybarra tuvo el gesto de embarcarle en su flota, respetrando la titulación que tenía anteriormente. Aunque era hombre adusto y más bien de pocas palabras, poco a poco fue soltándose y narrando detalles de su vida en la Unión Soviética. Había encontrado trabajo en una fábrica, como Jefe de Mecánicos, y vivía en uno de esos típicos apartamentos rusos de tamaño minúsculo, con servicios comunes y allí tenían un busto de Stalin, sobre una especie de cómoda; un buen día, limpiando la habitación, a la mujer se le cayó el busto y se rompió en mil pedazos. Pasaron unos días de auténtico pavor, pensando que si alguien comprobaba el estropicio iba a venir la Policía y hacerles objeto de cualquier medida. Por fín, el tiempo pasó sin que ocurriera nada y pudieron respirar tranquilos. Cuento esto porque hoy día, en ciertos ambientes, tienden a comparar la dictadura staliniana con la España de Franco y, la verdad, esto es absurdo y quien ha conocido, como en mi caso, países comunistas puede asegurarlo.

Me gustaría hacer una observación –muy personal- sobre cierto aspecto de los mandos que Ybarra tenía en los correos y con los que navegué. Por lo que yo sé,en todas las Navieras que tenían barcos-correos en aquellos años, la Oficialidad alternaba normalmente con el pasaje y la única en que estaba explícitamente prohibido era Ybarra. Mientras estudiaba en la Escuela de Náutica en Cádiz había tenido la ocasión de conocer a Capitanes de Trasatlántica, Transmediterránea, etc. y de oir detalles de sus distintas personalidades, siempre con categoría para tratar con el pasaje, lo que era uno de los cometidos más esenciales en este tipo de barcos.

Pues bien: en Ybarra y salvo alguna excepción, daba vergüenza ajena ver a quienes formaban parte de lo que podríamos llamar “estado mayor” –Capitán, Primer Oficial, Jefe de Máquinas, Primer Sobrecargo, etc. un grupo que en barcos similares de otras banderas se conoce por “staff”- y que eran los únicos autorizados a tratar con el pasaje. La realidad es que, en mucho casos, tales mandos – al menos muchos de los que yo conocí en Ybarra - no pasaban de ser aldeanos, destinados en esos puestos por ser a veces del mismo pueblo que el Inspector de turno, sin la más mínima cultura ni maneras, con lo que imagino que la idea que los pasajeros se formarían de los Marinos Mercantes españoles sería muy pobre. Aún recuerdo lo que ocurrió en una comida celebrada a bordo en Montevideo y a la que asistían varias personalidades como el Embajador de España, Ministros uruguayos, diplomáticos de otras Embajadas, etc. y en la cual nuetro Primer Oficial presidía la mesa de los Agrgados Culturales –también ¿de quién sería la ocurrencia?- y en el curso de la comida, al citarse algo referente al escritor y filósofo francés Sartre, preguntó si era alguien que escribía en el ABC de Madrid…

No hay mejor prueba para darse una idea de lo que estoy contando que lo que me ocurrió personalmente en uno de los viajes de España a Sudamérica: Viajaban en aquellos años muchos diplomáticos españoles que se incorporaban a sus destinos o volvían de los mismos, aparte de los de otras nacionalidades que utilizaban nuestras líneas. En el puerto de Génova yo había comprado el magnetófono Geloso, al que ya me he referido, en el que había grabado mucha música de la que me gustaba, sobre todo clásica. Sin exagerar, puedo decir que en aquellos años -1957- era de lo mejor que circulaba en el ambiente de este tipo de aparatos. Y en el viaje al que me voy a referir, un diplomático español –destinado en la Embajada de Buenos Aires- compró uno igual en Tenerife y cuando llegó a bordo se lo mostró encantado al Capitán y al Primer Oficial, lamentándose de que aún no lo sabía manejar bien. El Primer Oficial le dijo que un Agregado del barco –por mí- tenía uno igual y que él me avisaría para que le enseñara; el diplomático contestó que de ninguna manera, que él preguntaría por mí y llevaría el aparato a nuestra Cámara. El hombre subió a nuestra Cubierta, se me presentó y me dijo lo que quería. Como es lógico, le enseñé el manejo y para ello tuve que coger una cinta mía para hacer las pruebas. Cuando estaba explicándole los diferentes botones (escuchar, rebobinar, grabar, etc) y empezó a oirse la música (creo era algo de J.S.Bach) él me pidió seguir oyendo la cinta. Yo notaba que me miraba como extrañado y, la verdad, es que empecé a mosquearme y ya, al cabo de un rato, me preguntó “¿Y a Vd. le gusta esta música?” Me lo quedé mirando sorprendido y le contesté que si lo tenía grabado es porque me gustaba. Siguió preguntando si tenía más música de este estilo y le enseñé mi pequeña colección de entonces (Bach, Beethoven, Vivaldi, Mozart…) hasta que no pude evitar preguntarle a mi vez si pasaba algo. El, un tanto confuso y con visible apuro me contestó “Perdóneme que me haya extrañado su afición pero es que me habían dicho que en este barco la Oficialidad no puede alternar con el Pasaje y por lo que vemos en los que sí están autorizados a hacerlo. me imaginaba que los Oficiales de menor grado tenían que ser…” a lo que yo terminé “…algo así como que estaríamos detrás de una jaula ¿no?...” lo que le hizo sonreir. Pude tranquilizarle, le presenté a varios de mis compañeros que compartían estas aficiones, leían, les gustaba la música, etcétera. En nuestros camarotes pudo ver los libros que había en los estantes, discos de música clásica, etcétera, y comprendió que no toda la Oficialidad “disfrutaba” de los mismos cánones que el llamado “staff”.

Durante las escalas en los puertos de Buenos Aires y Montevideo en el año y medio que navegué en el “Cabo San Roque”, el mayor gasto lo hice en libros porque disfruté de algo que echo mucho de menos hoy en España y es el poder estar horas y horas en unas Librerías magníficas, generalmente abiertas hasta la medianoche, con cómodos tresillos y butacones para hojear libros sin prisa, algo que para un lector voraz como yo venía a ser el sumum de la felicidad. Si a esto le añadimos que los precios –debido al cambio de pesetas a pesos argentinos- eran muy favorables para nosotros, se comprenderá que en aquella época me hiciera con lo que iba a ser el germen de mi biblioteca actual.

1 comentario:

  1. Yo navegué principalmente en petroleros, grandes y menos grandes. Cuando teniamos problemas con las líneas, bombas, eductores y todas esas historias siempre ocurría lo mismo: Era dificilísimo meterles mano porque aquello era casi inaccesible. Y ya no hablo de problemas estructurales como grietas sin olvidarme de problemas de estabilidad, electrodos en cordones de soldadura... Y no digo que nuestros ingenieros no sean buenos, pero...

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