Del personal embarcado
Ya he contado algo del típico ambiente que se respiraba en los barcos de Ybarra, la sacrosanta rutina, el hacer todo “como siempre se hiso”, llevando a extremos ridículos incluso la forma de realizar la estiba de la carga en las bodegas y otros mil detalles. Pero creo que pocas cosas lo demuestran como lo que me pasó en cierta ocasión: estando en Cádiz y paseando por la calle me encontré a un amigo y compañero de promoción. Llegamos a los muelles y nos encontramos con que estaba allí atracado el “Cabo San Vicente”, trasatlántico de Ybarra, gemelo del “Cabo San Roque”, en el que yo había navegado anteriormente.. Mi amigo preguntó que si podríamos visitarlo y así lo hicimos, dado que yo conocía a muchos de la tripulación. Le enseñé todo lo que le interesaba y para terminar me dijo que le gustaría ver el Puente y el Cuarto de Derrota. Subimos a la cubierta correspondiente y por los pasillos interiores, llegamos a la Derrota y cuando fui a abrir la puerta me encontré con que estaba cerrada. Mi amigo comentó que era mala suerte y que lo dejáramos… pero lo pensé y le dije “En el “Cabo San Roque” la llave de la Derrota la poníamos siempre detrás del Extintor nº123. Vamos a mirar allí” y, efectivamente, allí estaba la llave: como los barcos eran gemelos, si en el primer caso se había colocado en tal extintor, había que seguir la tradición y hacer tres cuartos de lo mismo.
Hay cierto detalle que debo señalar, por la sorpresa que supuso para mí al empezar a navegar en Ybarra: el ambiente en las Cámaras. Siendo vascos una gran mayoría de la Oficialidad, se palpaba entre ellos cierto velado menosprecio hacia quienes no eran del País Vasco. Incluso para decir que Fulano o Mengano eran vascos oí a veces expresarlo como “… es de nuestra parte…”. Debido a que la Inspección de la Flota estaba en Bilbao y todos los Inspectores eran de allí –de Plencia, Portugalete, Gorliz, etcétera- era raro que los Capitanes no fueran de estos mismos sitios. En varias ocasiones presencié en el “Cabo Menor” momentos de tensión en la mesa cuando algún Oficial hacía comentarios despreciativos hacia uno recién llegado si era, por ejemplo, de Soria o en general de tierra adentro y en más de una ocasión tenía que intervenir el Capitán para cortar la situación. Y digo que fue una sorpresa para mí porque hasta ese momento yo estaba encariñado con Bilbao y sus gentes; tenía –y tengo- muchos y buenos amigos allí y me encantaba la ciudad que, al ser puerto base, acogía nuestras estancias más largas. De ahí se pasó a oir alguna vez en la Flota de Pereda que alguien, sí, era vasco “… pero no ejerce…”.
Tras efectuar algunos viajes interinando de Capitán –Granelero “Mendoza” y B/F “Río Nansa”- fui destinado a prestar servicios de tierra durante la reconstrucción del B/F “El Puntal” en los Astilleros de Astano, en El Ferrol y, a su terminación, embarqué en el mismo como Primer Oficial. El tiempo que pasé allí no fue precisamente de “rosas” y referiré algunos detalles sobre el arte de algunos Capitanes para dotar de un ambiente irrespirable un barco.
Estuve embarcado unos tres meses de Primer Oficial en este barco, cuyo Capitán reunía todas las condiciones para ser inaguantable: enfermo del estómago, resentido, desconfiado y que no perdía ocasión de ver en las cabezas de los demás, peldaños para subir haciendo méritos a base de informar mal de cualquier persona, incluso Consignatarios, agentes, personal de tierra, etcétera. Para no faltar a la costumbre, él había sido, a su vez, un Oficial conflictivo para sus Capitanes, como he comprobado curiosamente en varias ocasiones. Como es lógico no daré nombres, pero sí que fue una experiencia penosa. Por ejemplo, en la mesa y durante las comidas, había un verdadero pugilato entre los Oficiales por comer en un turno distinto en el que lo hacía el Capitán: éste aprovechaba la ocasión para recriminar al Jefe de Máquinas o a algún otro de los presentes detalles sobre supuestas faltas en el trabajo, lo que hacía incluso en presencia de las mujeres de los demás Oficiales y en algunos casos, de la mujer del recriminado. Recuerdo en particular que en cierta ocasión y estando mi mujer a bordo, asistiendo a una de aquellas comidas, no pude aguantar más y me levanté de la mesa con ella. En la mar era frecuente que dicho Capitán aprovechara aquellos momentos para comentarios pornográficos de mal gusto, groseros siempre, que a nadie hacían maldita la gracia. Y, sin necesidad de especificarlos, recuerdo que los marinos tienen cierta fama de malhablados, pero aquellas groserías traspasaban todos los límites.
Sucedía a veces que, estando en puerto y una vez acabado el trabajo, varios Oficiales nos poníamos de acuerdo para salir a tierra y empezábamos a cambiarnos para ello, pero si aparecía el Capitán y nos preguntaba si salíamos porque él también lo haría con nosotros, empezábamos todos a decir que, en realidad muchas ganas no teníamos y que casi era mejor quedarse a bordo. Lógicamente, el interesado se daba perfecta cuenta y se ponía furioso, por lo que entonces alguno se “sacrificaba” y aceptaba salir a tierra en tan “grata” (¿?) compañía.
Otro detalle curioso referente a este mismo Capitán: pocos años después de lo narrado anteriormente, quiso la casualidad que yo tomara el mando de un barco que el “infrascrito” había mandado antes. Como es habitual, entre la documentación reservada que se archiva en el escritorio o en la caja de caudales, figuran las cartas –confidenciales- intercambiadas entre Empresa y Capitán junto con las calificaciones de todos los Oficiales que se enviaban anualmente. Pues bien, las cartas que este Capitán mandaba a la Inspección de la Naviera estaban plagadas de informes que criticaban a todo bicho viviente, especialmente Consignatarios, Prácticos, etcétera, que invariablemente, perjudicaban a la Naviera, actuando contra sus intereses y remarcando en todos los casos que gracias a la labor del firmante se había conseguido arreglar los problemas, sin obviar a veces una ”valerosa” (¿?) actuación personal del tipo de “…mandé arriar el chinchorro de a bordo para comprobar personalmennte…”
Quizás no esté de más señalar un detalle de este Capitán del que fui testigo y que explicaba muchas cosas: como ya he dicho, se trataba de un hombre con dolor de estómago y siempre sufriendo del malestar habitual de este tipo de enfermos. Por cierto que él era un acérrimo defensor de la Sanidad Pública –presumía de ideología socialista- y nos sermoneaba sobre lo bien que funcionaba en Inglaterra con el Gobierno Laborista, por lo que durante una estancia en Londres, encontrándose peor, pidió al Consignatario que dispusiera lo necesario para una visita médica. Para ello nos comunicaron –yo le acompañaría- que un coche nos llevaría al Hospital Naval de Greenwich, que era lo prescrito para atender a las tripulaciones de los barcos que se encontraran en el puerto, y allá fuimos. Este detalle ya de entrada no le gustó nada, pero le dijeron que no había otra solución. Primero nos recibió un Médico negro, que apenas dejó hablar al enfermo, poniéndole un termómetro en la boca, de allí pasamos a un indio que le hizo unas placas, después creo que a un pakistaní… y, cuando todo terminó –sin que lo viera un médico blanco- aún no le habían dado ocasión para que dijera qué le dolía o dónde tenía el malestar. A la salida se pasaba por una ventanilla –la Farmacia- y allí le entregaban un frasco de píldoras en el que únicamente constaba el nombre del enfermo y la dosis a tomar, sin poner siquiera el nombre del medicamento. Nuestro hombre se puso furioso, diciendo que ese no era un trato decente. Por ello, en la siguiente escala, que era Tenerife, avisó al Consignatario para que le arreglara una visita a la Clínica del Dr. Zerolo, en aquel tiempo una de las mejores de Canarias y allí, con “trato especial” se vengó (¿?) de lo que consideraba una experiencia indignante que había tenido por parte de la Sanidad Inglesa, en su opinión, “demasiado igualatoria”. Está visto que a la hora de que te atiendan, sobran ideologías.
Con tal ambiente, no fue nada extraño que al finalizar la primera temporada, de 32 tripulantes que éramos, unos diecisiete se desembarcaran con diversos motivos (enfermedad, necesidades familiares, etcétera)… siendo yo, Primer Oficial entonces, uno de los que lo hizo. Esto produjo el natural revuelo en la Inspección de la Empresa que llamó “a capítulo” al Capitán… quizá porque en mi caso se trataba del más antiguo en el escalafón de Primeros Oficiales y contando ya con dos periodos de mando interinando, pero él se defendió contestando que ninguno de los desembarcados valía nada, que eran (éramos) vagos redomados, etcétera. Este mismo Capitán ya había tenido problemas similares en otros barcos y, por lo que a mí respecta, respiré tranquilo cuando abandoné aquel ambiente.
Pero vayamos a recuerdos de algunos tipos curiosos de lo que se podían encontrar en los barcos en aquellos tiempos.
Durante la época que permanecí a bordo del “Cabo San Roque” acababan de salir las llamadas “Tablas Rápidas” de Navegación (Arana, Fernández de la Puente, etcétera) y un Agregado del barco, al resolver su cálculo después de la meridiana, estaba utilizando una de estas Tablas. Al observarlo el Capitán –vasco él- le preguntó qué estaba haciendo y el chaval, todo orgulloso, contestó que eran las nuevas Tablas, que ahorraban todos los logaritmos, funciones circulares, etcétera. Explicó a grandes rasgos su manejo y ventajas al Capitán y éste le dijo literalmente “¡Déjate de mariconadas y haslo como todo el mundo, recoño!”
Algo que oí contar en más de un barco y que me aseguraban era cierto, se refería a un Capitán que al llegar a un nuevo mando se encontró con que en el Puente disponían de radar, un adelanto que él no había manejado nunca. Preguntó a los Oficiales si ellos lo utilizaban y al saber que era así, encargó al Segundo que le enseñara. El susodicho le estuvo explicando durante algún tiempo las características y manejo hasta que el “Viejo” supo ya todo lo necesario. Cuando terminaron las “clases”, le agradeció al Oficial su labor y a continuación cogió la llave y cerró el aparato, diciéndole “Bueno, ya está, el radar sólo lo puede utilizar el Capitán… así que listo ¿no?...” Dicen las malas lenguas que todavía le dura el asombro al interfecto…
Antes, especialmente al hablar del ambiente en Ybarra, ya he referido que en aquellos años, el Capitán era como un semidiós al que apenas se le podía interpelar. Esto era completamente distinto en Pereda, sin que por ello perdiera el mando su natural autoridad: el ambiente era distinto y en este aspecto me ocurrió una cosa que creo merece la pena referir: estando de Capitán en los Frigoríficos tuve un Agregado que venía de hacer la primera parte de sus prácticas en la Trasmediterránea, en los correos de Algeciras-Ceuta. Me comentaba que estaba contento en nuestra Empresa por el ambiente, el trato, etcétera. Y que en aquellos correos, la separación del Capitán y los Oficiales era tan grande que un día, al terminar una maniobra de atraque –creo que hacían varias al día- observó que habían tardado el mismo número de horas y minutos que en la anterior, lo que rara vez ocurría. Se lo comunicó, como curiosidad, al Capitán y la contestación de éste fue “Cuando se dirija a mí, que sea para cosas importantes…”. (¡¡!!)
En la mar hay de todo, como en botica, y un espécimen que a veces he encontrado es el que algunos conocen como “Capitán Miserias”, gente que cree hacer méritos ante el Armador ahorrando en tonterías y en el caso que voy a narrar es aún más absurdo por tratarse de un barco de Pereda, donde era bien sabido que se disponía de todo y nunca se negaba nada de lo que fuera necesario. Sucedió que en el barco del tal Capitán, estando en Estados Unidos y en una maniobra, se le rompieron las gafas a un marinero, al faltar un cabo. Ni corto ni perezoso, el Capitán comunicó a la Empresa lo que había pasado y pedía instrucciones sobre qué hacer. La carta en que respondía el Armador no tenía desperdicio: le decían que al llegar a puerto requiriera del Consignatario la dirección de una Optica de confianza, se acompañara al Marinero hasta ella, se le encargaran dos pares de gafas… etcétera. Y terminaba con algo así “Comprenderá Vd. que si tenemos que resolver problemas de semejante índole a nuestros Capitanes en asuntos tan elementales, no podríamos atender otras preocupaciones más importantes…”.
Este mismo Capitán, al que la Empresa le encargó que comprara en Estados Unidos gran cantidad de papel para termocopias (lo que se usaba entonces), y que no abundaba en España o era muy caro, estuvo en varios puertos americanos y después de hacer escala en varios de ellos avisó a la Empresa que no lo había comprado porque le había parecido muy caro… cuando costaba la mitad que en España. Había que imaginar a los Inspectores jurando en arameo…
Gracias a Dios, esto había sido la excepción y como ya he descrito hablando de los barcos de Pereda, el ambiente era generalmente agradable, las conversaciones en la Cámara animadas, tratando con frecuencia de temas culturales, noticias oídas por radio, libros que cualquiera estaba leyendo, siendo normal que cuando algunos mantenían una discusión amistosa sobre un tema, los demás acabáramos pidiendo consultar el “despanzaburros” que era como llamábamos a las Enciclopedias. Este ambiente era particularmente agradable en el naufragado petrolero “Bonifaz” en el que se respiraba una atmósfera de armonía como no he conocido en otros barcos, dándose además la circunstancia de que su Capitán era especialmente exigente y riguroso con el trabajo, pero como cada uno sabía lo que tenía que hacer, todo era más llevadero.
Citaré ahora algo que creo reseñable por ser la única vez que lo vi en un barco. En el ya citado “Bonifaz” y en uno de los frontales del Puente, figuraba un cuadrito con una inscripción un tanto grandilocuente que más parecía de la postguerra y rezaba así:
“Siempre fue y continúa siendo/ el Puente de Mando de un Buque/ severa escuela del deber y del sacrificio/ de donde irradian nobles y altos ejemplos/ tanto más raros en estos tiempos/ de torpes egoísmos y bajas rebeldías”
No sé quién inspiró esta leyenda ni quién ordenó colocarlo allí. Lo que sí se es que, al ocurrir el naufragio, el Capitán, D.José Amézaga, el Oficial Radio D.Daniel Gómez y el Timonel D.Gabriel Torrente (quien quiso quedarse con el Capitán) empezaron a nadar cuando el agua les llegaba al pecho y en la Máquina, el Jefe, D.Jaime Díaz, murió por las quemaduras sufridas al dedicarse a buscar a todo su personal, recorriendo pasillos y camarotes y bajando a la Máquina para comprobar que no quedaba nadie allí. Todas estas personas cumplieron con ejemplaridad aquellas frases del cuadro y dieron una muestra de lo que es asumir un deber. Quede como contrapunto de algún Capitán Schettino, del “Costa Concordia”, que avergüenza a propios y extraños.
En relación con este cuadrito del Puente del “Bonifaz”, pude presenciar algo que me impresionó: en una de las travesías del Canal de Suez y cuando la inmensa mayoría de los Prácticos eran de diversas nacionalidades –había entonces contados Prácticos egipcios- podían tocarte italianos, rusos, yugoslavos, españoles (había creo que tres o cuatro y con muy buena fama de competentes) y en una ocasión nos correspondió un Práctico polaco. Pues bien: en las muchas horas que se invertían en la travesía, el polaco tuvo tiempo sobrado de fijarse en la leyenda del citado cuadro y se dedicó a intentar traducir su contenido… ¡a través del parecido del español con el latín!. Y en verdad que lo consiguió. Desde luego estos eslavos tienen una facilidad innata para los idiomas y lo he comprobado en muchos de mis viajes y especialmente en Yugoslavia, en la época de Tito (cuando el país era uno solo) con los billetes de banco en cuatro idiomas, cada uno en una esquina y con el detalle de que no recuerdo si uno o incluso dos, estaban en caracteres cirílicos.
Esta facilidad de los eslavos para los idiomas en general siempre me resultó increíble y tuve ocasión de comprobar hasta qué punto podía llegar, cuando en el puerto de Abidjan (Costa de Marfil) y una vez pasada la acostumbrada visita de Autoridades, llegó el representante de las Pesquerías que iban a cargar el barco. Era un hombre alto, delgado, ya mayor, con exquisita cortesía y se presentó hablando en un castellano perfecto, hasta el punto de decirle yo “¡Hombre, un español por aquí!”. Pero él me rectificó sonriendo “Capitán, no soy español, sino croata, de Trieste”. Y entonces me explicó las circunstancias de su vida: como Trieste, cuando él se escolarizó, era parte del Imperio Austro-Húngaro, tuvo que estudiar en alemán, siendo como él era, de familia croata; al terminar la I Guerra Mundial fue ocupado por Italia y tuvo que proseguir sus estudios en italiano. Al empezar su carrera de Ingeniero, se trasladó a Zagreb y allí estudió en croata: al terminar la II Guerra Mundial, Trieste fue ocupado por una Comisión Internacional, predominantemente inglesa; aprendió inglés. Se interesó por la posibilidad de negocios en Sudamérica y aprendió español y, finalmente, al trasladarse a lo que era el Africa Francesa, aprendió francés y trabajaba en Costa de Marfil, cuyo idioma básico era el francés. En resumen: que cuando la Embajada Alemana celebraba la Semana de Cultura del Instituto Goethe, disfrutaba de sus conferencias y lo mismo hacía cuando la Alianza Francesa celebraba la suya, o las Embajadas de Inglaterra, España o Italia hacían lo mismo. Creo que pocas personas en la vida me han dado más sana envidia.
Algo típico de aquellos tiempos era el hecho de que bastantes Capitanes apenas hablaban nada de inglés, por lo que con los Prácticos especialmente se daban casos de errores. rápidamente corregidos por los Oficiales jóvenes que, aunque distábamos mucho de dominar la lengua, sí podíamos hacernos entender y resolver la urgencia del momento. Pero recuerdo un Capitán, en particular, negado para los idiomas que llegó a decirle a un Práctico del Canal de Suez esta frase con mezcla de francés e inglés: “…Pilot, non possible equivocation, anchorage ici…” que quedó como un lema de permanente cachondeo.
Igualmente recuerdo las bromas que se gastaban a los Agregados de nuevo embarque: en los primeros días, en la mesa, comentábamos todos que había que ver lo cara que había resultado la factura de la luz de ese mes… produciendo en el novato el natural susto; o aquel otro de que había que dejar los zapatos en la puerta del camarote para que los Camareros los limpiaran o el Segundo Oficial que, en plena comida en la Cámara, se ponía a hacer visajes con la mano como para cazar una mosca y una vez que parecía haberla cogido, le preguntaba muy serio al Agregado novato “¿Te gustan con alas o sin ellas?...” y así cien ocurrencias, pero eso sí, siempre leves.
Entre los Capitanes que se podían encontrar en los barcos en aquellos años cincuenta, siempre recordaré a uno de Ybarra, bermeano para más señas, que mandaba uno de los pocos barcos que Ybarra destinaba a lo que se conocía como “gran cabotaje”, con viajes a puertos del norte de Europa, Marruecos, Francia, etcétera, y que, curiosamente, no hablaba ni palabra de inglés, por lo que parecía poco apropiado para este tipo de viajes. Pero lo increíble era que este hombre, en su juventud y cuando se preparaba para ingresar en la Escuela de Náutica, lo envió su padre dos años a un puerto del Sur de Inglaterra a que aprendiera el idioma. Al cabo de ese tiempo regresó… sin hablar inglés... pero sí vascuence. ¿Qué había pasado? Que nuestro hombre había coincidido en ese puerto con una gran colonia de marinos vascos y no se había preocupado de más.
Este mismo Capitán quiso explicarme un día la antigüedad del pueblo vasco y me dijo esto: “Es tan antiguo que en la Casa de Juntas de Guernica se conservan documentos de antes de Cristo, pero escritos como ahora, que ya lo dicen…”
Entre los personajes curiosos, recuerdo en especial a un famoso Timonel del “Bonifaz” al que apodábamos “El Guerri”, al que además de cogerle en renuncio muchas veces al preguntarle el rumbo que llevaba al timón, siempre contestaba “¡A rumbito!”… cuando en realidad se había distraído y llevaba diez o veinte grados desviado. En cierta ocasión, estando el barco cargando en Ras Tanura (Arabia Saudí), con las habituales prohibiciones de estos casos que insistían en que no se podía fumar más que en los sitios previamente señalados (generalmente las Cámaras de Oficiales y la de Subalternos), teníamos además que contar con que Inspectores de Seguridad saudíes recorrían regularmente el barco para vigilar el cumplimiento de las normas. Pero a nuestro simpático “Guerri”, olvidando el rigor de su cumplimiento, no se le ocurrió más que, al salir de su camarote, encender un pitillo… con tan mala fortuna que al ir a desembocar en el pasillo vio a lo lejos a los Inspectores saudíes y antes de que lo descubrieran ¡zas! hizo –no sabemos cómo- un movimiento con labios y lengua y se metió en la boca el cigarrillo recién encendido.